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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Iceta se cae del guindo nacionalista (o no tanto)

Tras mudarse a Madrid le reconoce un dinamismo que no ve en Barcelona, pero no se atreve a explicar la razón

Actualizada 09:09

El barcelonés Miquel Iceta i Llorens, de 61 años, plantó la carrera de Química en primero, se embarcó en la piragua de la política y hasta hoy: no ha tenido otra nómina. Es un hombre listo, habilidoso, de carácter jovial –bailecillos incluidos– y de simpático porte pícnico. Ha flotado como el corcho en la política catalana y, al final, ya en su etapa crepuscular, le ha caído el premio gordo: un Ministerio del Gobierno de España, premio por su labor en los opacos enjuagues para que el separatismo sostuviese al presidente más débil de nuestra democracia.

Iceta lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Ahora Sánchez lo ha colocado de ministro de Cultura como cuota del PSC, pero podría serlo igualmente de Jardinería y Horticultura Progresistas. Sin embargo, existe algo en lo que Iceta ha sido constante a lo largo de toda su carrera: su corazón de nacionalista catalán. Se ha pasado su vida pública instalado en el lamento victimista y en los famosos «encajes» de Cataluña en España, que en realidad no son más que suaves pasitos hacia su separación final.

Al mes siguiente del golpe de 2017, Iceta proponía un acuerdo para condonar parte de la deuda de Cataluña con el Estado, entonces en la friolera de 52.499 millones y fruto en exclusiva de la mala cabeza de los gobernantes nacionalistas. En 2015, el hoy ministro de España postulaba abiertamente un referéndum tipo el de Quebec para Cataluña. Iceta estaba contra el artículo 155 cuando el desorden ya desbordaba por completo nuestro marco legal. Iceta se alineó presto con los separatistas para denunciar la actuación de la policía española en la jornada del referéndum ilegal. Iceta fue el primero en lanzar el globo sonda de los indultos y animó a Sánchez al respecto. Iceta ha cultivado un permanente gimoteo victimista («fuera no sé si se entiende la angustia de Cataluña»). Es decir, este señor es un nacionalista catalán en todo menos en el nombre.

Una cita clásica sostiene que «el nacionalismo se cura viajando». Iceta vive ahora en la capital de España, percibe su pujanza y la disfruta como vecino, por lo que aparentemente se ha caído del guindo. Acaba de reconocer el «dinamismo y la fuerza de Madrid» frente a una Barcelona estancada. «Siento envidia de Madrid por todo lo que está haciendo, es un ejemplo para Europa y para el mundo», ha llegado a declarar. Pero la curación de Iceta no es completa. Algo le queda del nacionalista catalán que siempre ha sido, pues no se ha atrevido a entrar en el fondo de la cuestión. ¿Cuál es la razón de que Madrid haya adelantado a Barcelona en todos los órdenes? ¿Será el aire de la Sierra, o que la Mahou es mejor que la Estrella Damm, o que el Barça no carbura este año? Pues no. La razón evidente por la que Barcelona se ha empequeñecido es la cerrazón del separatismo, que la ha lastrado económicamente y le ha restado tirón cultural y el brillo cosmopolita que un día la hizo grande (además, de propina, han elegido a una alcaldesa, Colau, a la que le quedaría grande dirigir un club de petanca).

Me alegra que Iceta se lo pase bien en Madrid y admire su pulso. A mí me pasa lo mismo, y a todas las personas que conozco que viven aquí habiendo nacido lejos. Pero me alegraré más cuando el ministro reconozca que esta historia de éxito se debe en buena medida a que en Madrid nadie te da la plasta con purezas identitarias, rodillos lingüísticos y obsesiones con el propio ombligo. ¿La enfermedad de Barcelona? El separatismo. Así de fácil, Iceta.

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