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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La buena educación

Hay intelectuales con una sola idea que terminan aprendiéndose la idea de memoria y la repiten cada vez que pueden, adornándola o adormeciéndola. Don Antonio era una olla a presión de conocimientos, vivencias, anécdotas y lecturas, y los conocimientos, vivencias, anécdotas y lecturas no entienden de disciplina

Actualizada 03:14

Coincidí con don Antonio Escohotado unas pocas veces. Soy su admirador, pero no me atrevo a presumir de amistad. Es más, siempre lo traté de «usted» anteponiendo el «don» a su nombre. Me inspiraba un infinito respeto. No soy de tertulias organizadas a fecha fija. En el bar de «Mayte», en la plaza de la República Argentina, también conocida como de los Delfines, José Luis Coll organizaba una tertulia de pretendido humor, con actores y dibujantes. Nos pidió a Mingote y al arriba firmante que asistiéramos, y lo hicimos para no volver jamás. Las tertulias de humoristas son las más aburridas, de escritores las más pesadas y las de dibujantes y pintores las más vacías. Claro, que otra cosa era toparse de cuando en cuando con don Antonio Escohotado, que tampoco era partidario. Don Antonio era luminoso, preciso y valiente, pero poseía tanta sabiduría que en muchas ocasiones, al exponerla se trabucaba. Hay intelectuales con una sola idea, y claro está, terminan aprendiéndose la idea de memoria y la repiten cada vez que pueden, bien adornándola o adormeciéndola. Don Antonio era una olla a presión de conocimientos, vivencias, anécdotas y lecturas, y los conocimientos, vivencias, anécdotas y lecturas no entienden de disciplina. Se mezclaban, surtían de su boca, alegraban su mirada, se pisaban unos a otras y nos quedábamos alelados. Un ejemplo taurino. Le pidieron a Antonio Ordóñez, el gran maestro, que asistiera a una tienta en la que iba a torear un niño que iba para figura del toreo. Y llegó a serlo. El niño toreó a la vaquilla con muchísimo arte y gracia. Y Antonio Ordóñez le puso nota: 

–Me ha gustado. No ha hecho nada feo. 

Eso mismo lo tenía don Antonio. 

–Me ha gustado. No ha dicho ninguna tontería. 

Hablaba y hablaba con una brillantez modesta y devastadora, de una cosa y de la otra, y jamás se le escapaba una tontería. Por lo demás, era acogedor, amable, misericordioso y llevaba el señorío en sus venas. Lo dejó grabado en una conversación que ha transcrito El Debate: «Un país no es rico porque tenga diamantes o petróleo. Un país es rico porque tiene educación. Educación significa que, aunque puedas robar, no robas. Educación significa que tú vas paseando por la calle, la acera es estrecha, y tu te bajas y dices: 'Disculpe'. Educación es que, aunque vas a pagar la factura de una tienda o de un restaurante, dices 'gracias' cuando te la traen, das propina, y cuando te devuelven, lo último que te devuelven, vuelves a decir 'gracias'. Cuando un pueblo tiene eso, cuando un pueblo tiene educación, un pueblo es rico». Un genio bien educado es mucho más genial que un genio grosero. Ahí tienen el ejemplo de un autodidacta, que no hizo ni el bachillerato, y se convirtió en un triunfador en el teatro –con Miguel Mihura–, en el dibujo y el humor. Se llamaba Antonio de Lara, y su mote era «Tono». Agonizaba y fue a visitarlo su gran y jovencísimo amigo Antonio Mingote. «Tono» fue uno de los talentos más grandes de la «Generación Simpática del 27». José López-Rubio ofreció en Hollywood una cena a sus amigos españoles interesados por el cine. Edgar Neville, «Tono», Jardiel Poncela y algún otro. Entre los invitados destacaban Charles Chaplin, Buster Keaton y un señor con una melena grisácea desmedida, que habló y habló con «Tono» largo y tendido. El de la melena se llamaba Albert Einstein, que chapurreaba el español. Y López-Rubio le preguntó a «Tono»: 

–¿De qué hablabas con Einstein, que estaba tan interesado? 

–Pues de nada en particular, Pepe. Le decía que todo en este mundo, es relativo. 

Pues «Tono» se moría y Antonio Mingote le dio un último abrazo. La buena educación ante la muerte es un símbolo grandioso en el ser humano. Como lo ha mostrado don Antonio con la suya. Y «Tono» se despidió de Mingote con la más sublime educación: 

–Perdona, Antoñito, que no te pueda acompañar hasta la puerta, porque esto de morirse es una lata.

Don Antonio, con independencia de su sabiduría, su libertad y su generosidad era uno de los españoles mejor educados de los entresiglos XX y XXI. Queda su obra publicada. Para leerla, hay que saber leer y ofrecerse a su inteligencia. Y seguirá, empolvada, en las esquinas de las librerías. Gracias por tanto y por todo, don Antonio.

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