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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Gacelas y capibaras

Es humana la niebla que la adulación procura. Pero en el caso que nos ocupa, lo de «Querida Gacela» ha dado resultados

Actualizada 10:42

Es sabido que la diplomacia usa a veces de la cortesía colateral para no caer en la crudeza de la evidencia. Esa cortesía se la saltaba el duque de Edimburgo para alegrar los tostones de los viajes a las naciones de la Commonwealth. En un viaje a la isla de Tonga, su mujer, la Reina Isabel, hablaba y hablaba con la reina de la isla, una especie de cachalote con la voz de un solista de bajo ruso. El duque asistía a la charla sin intervenir. Y cuando lo hizo, agrietó un poco las relaciones entre el Reino Unido y la isla de Tonga, antigua colonia británica. –Perdón que interrumpa. ¿Usted es hombre o mujer?–. Edimburgo se comportó de esta manera porque no conocía a Raúl Morodo.

Raúl Morodo, que ha resultado ser un pájaro de cuentas, fue el embajador de España en Venezuela durante el zapaterismo. Hizo pingües negocios personales y ayudó a establecer los chiringuitos bolivarianos de Zapatero y alguno de sus ministros, como José Bono. Y para endulzar el ánimo de la poderosa Delcy Rodríguez, por cuyas manos y atención pasaban todos los chanchullos zapateriles y podemitas, entabló estrecha amistad con la posteriormente visitante nocturna de Ábalos en Barajas. Pero una cosa es la cortesía diplomática y otra la falsedad aduladora. El señor exembajador encabezaba sus misivas a Delcy al estilo Baltasar Garzón cuando le pedía dinero a don Emilio, si bien, Garzón no acudía a la metáfora complaciente. «Querido Emilio», se limitaba a escribir sin conocer apenas a Emilio Botín. Raúl Morodo inicia sus cartas solicitando charlitas y dinero a Delcy Rodríguez acudiendo a la gracilidad de los pequeños antílopes. «Querida Gacela». Cuando una capibara recibe el nombre de gacela, la capibara lo agradece. Pero no está bien confundir la cortesía con la falsedad.

Es posible que Morodo no sea un experto en gacelas. Delcy Rodríguez merodea entre la estrecha vereda que separa a la capibara del Orinoco con el hipopótamo del río Zambeze. Gacela es el impala, el Springbuck, la Dorca, la Loder, la gacela del Atlas, la gacela de Pelzeln, la gacela frentiroja, la gacela de Heuglin, de Speke, de Thompson, de Grant, de Mhorr o Dama, de Robert, de Peter, de Bright, de Sudán, de Somalia, la gacela Boraní, la Gerenuk o gacela jirafa, y la de Clark o Dibatag. Todas ellas ágiles, frágiles, atléticas y africanas. Y económicamente, modestas y honestas. De las veinte gacelas elegidas, ninguna se parece a Delcy Rodríguez. En cambio, la ilustre dama de las maletas confusas, puede recordar sin exigir una gran imaginación al que se la figura, a la capibara del Orinoco, la capibara del Amazonas, la capibara del Tapajós y la capibara de Manaos, y simultáneamente al hipopótamo enano de Sierra Leona, que como todos los lectores de El Debate sabemos, responde a la identificación científica de exaprotodon liberiensis, y que vive en los ríos y lagos de Sierra Leona, Liberia y Costa de Marfil. Lógicamente, si en lugar de «Querida Gacela», el embajador Morodo hubiera usado en sus cartas a Delcy Rodríguez los encabezamientos de «Querida Capibara» o «Querido Hipopótamo Enano», muy difícilmente podría haber accedido a los favores económicos de PDVSA y demás empresas públicas venezolanas, y tanto él, como Zapatero, como Monedero, Iglesias y demás podemitas, llegarían a final de mes con más dificultades que ahora.

Es humana la niebla que la adulación procura. Si Cristina Almeida recibe una carta con un «Querida gueparda», Ada Colau, «Querida corza» y el ministro Iceta «Querido Vencejo», la ilusión en un principio sería grande, pero al paso del tiempo pesaría en el ánimo como una posibilidad de pitorreo.

Pero en el caso que nos ocupa, lo de «Querida Gacela» ha dado resultados.

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