De la raza a la lengua
La lengua ha sustituido a la raza, ocupa el lugar del racismo de Sabino Arana que ya no acepta nadie, y sirve para sostener la supuesta identidad étnica diferenciada de la nación vasca o catalana
En esa batalla de las ideas en la que hasta ahora ganaba la izquierda, quien gana en bastantes ocasiones es el nacionalismo. La manipulación de la inmersión lingüística es un buen ejemplo, sobre todo porque la izquierda se la ha tragado al completo, y no solo por sus afinidades históricas, sino por pura ignorancia. Cuando la ministra de Educación, Pilar Alegría, exige muy ufana a la derecha que «no politice la inmersión lingüística» muestra que no tiene ni idea de lo que habla. Lo que, dicho sea de paso, no solo indica que, si es bueno saber de economía para ser ministro de Economía, o de sanidad para serlo de Sanidad, también es altamente conveniente saber de sociología y ciencia política para serlo de otras materias.
Para entender, por ejemplo, que la lengua es el arma política fundamental del nacionalismo étnico para crear identidad política nacionalista. O que la inmersión lingüística es la primera y gran política nacionalista. Y eso explica Canet y todas las políticas educativas de los nacionalistas catalanes y vascos. La lengua ha sustituido a la raza, ocupa el lugar del racismo de Sabino Arana que ya no acepta nadie, y sirve para sostener la supuesta identidad étnica diferenciada de la nación vasca o catalana. Es decir, es la piedra angular de la exigencia de un Estado propio.
En eso consiste la inmersión lingüística, en crear una nación étnica a la fuerza. La mitad de los vascos desconoce el euskera, y solo lo usa un 12,6 por ciento en la calle, pero el modelo B, bilingüe, es el mayoritario en el sistema educativo; en muchos centros ni existe el A, con el español como lengua principal, y los nacionalistas no imponen el D, solo en euskera, sencillamente, porque la dificultad del euskera se lo impide, a pesar de que les encantaría. A diferencia de Cataluña, donde la mayor facilidad del catalán permite a los nacionalistas imponer la inmersión, en contra de una realidad social en la que la lengua habitual de la mayoría es el español (un 49 por ciento frente al 36 por ciento del catalán).
Es decir, catalanes y vascos que hablan mayoritariamente en español se ven obligados a educarse en catalán o en euskera para formar la nación étnica de los nacionalistas catalanes y vascos. Esto es la inmersión y esto es Canet: etnia a la fuerza. Y al servicio de la propaganda independentista. Y los que discrepen, ya lo saben, les pasa lo que a la familia valiente de Canet, acoso, persecución y marginación social. Así se impone la inmersión nacionalista.
La mala noticia para los nacionalistas es que ni las tremendas medidas de presión ni la enorme cantidad de dinero gastado han conseguido sus objetivos: el uso del catalán y del euskera no ha subido en los últimos años. Una cosa es el silencio en la calle por miedo, y otra la realidad de la construcción de la etnia nacionalista. Es todo un fracaso, a pesar de la entusiasta colaboración de la izquierda. Los vascos y catalanes prefieren hablar en español, en su lengua, que es su manera de burlar el autoritarismo nacionalista.