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HorizonteRamón Pérez-Maura

Lotería: un cuento de Navidad cierto

Con aquella ingente fortuna en el bolsillo, Herrera decidió reinvertir la inmensa mayoría de lo ganado en su empresa La Tropical, que se convirtió en un fabuloso negocio. Empezó a hacer también cerveza y se convirtió en la más popular del país

Actualizada 17:12

Los indianos fueron aquellos españoles que emigraron a hacer las Américas y allí se enriquecieron y más tarde regresaron a España con su posición económica muy mejorada. En La Montaña de Castilla, lo que hoy llamamos Cantabria, fueron muchos los que hicieron aquel recorrido, como atestiguan las numerosas casas y palacetes de indiano que siguen en pie en esa tierra.

De Mortera, provincia de Santander, salió hacia Cuba en la primera mitad del siglo XIX Ramón Herrera Sancibrián que luchó contra los partidarios de la independencia de la isla pagando de su bolsillo los costes de los barcos de apoyo de su propiedad durante la Guerra de los Diez Años. La más importante de esas naves se llamaba «Cuba Española», lo que ya apuntaba maneras. Como reconocimiento a su contribución al esfuerzo bélico, el Rey Amadeo de Saboya le otorgó el título de conde de la Mortera, que fue reconocido por Alfonso XII en 1876. Herrera llegó a corregidor del ayuntamiento de La Habana y a senador del Reino. Su sobrino Ramón Herrera Gutiérrez sucedió en el título condal y fue presidente del Partido Reformista Cubano y un emprendedor que en 1894 fundó la primera fábrica de hielo de Cuba: La Tropical.

En la Navidad de 1894 Herrera compró en Madrid un número íntegro de lotería para regalar a los trabajadores de La Tropical como aguinaldo. Un décimo a cada uno. Cuando llegó a la fábrica y se dispuso a hacer el reparto, se le presentó en el despacho la representación sindical para decirle que ellos no querían billetes de lotería. Que ellos querían el valor original de los décimos y que, si alguien quería apostarlo, ya lo decidiría él. Herrera se encogió de hombros, se quedó con el número íntegro y abonó el precio del billete a cada trabajador.

Cuando Herrera volvió a España un mes después, oyó comentar en una tertulia que nadie había ganado el Gordo en la lotería de Navidad de ese año. Herrera consultó su número y descubrió que le había tocado íntegro y alcanzó a cobrarlo en el plazo último para reclamarlo.

Con aquella ingente fortuna en el bolsillo, Herrera decidió reinvertir la inmensa mayoría de lo ganado en su empresa, La Tropical, que se convirtió en un fabuloso negocio. Empezó a hacer también cerveza y se convirtió en la más popular del país. Ironías de la vida y la responsabilidad social del empresario, aquellos trabajadores que no quisieron los décimos, también se beneficiaron de ellos de forma indirecta. O no tan indirecta porque la marcha de la empresa fue magnífica. Hasta el punto de que, como parte de la labor social de La Tropical, se construyó un estadio de fútbol  junto a la fábrica, cuyo estado de abandono y desuso puede verse hoy todavía. La Tropical siguió siendo un magnífico negocio y un ejemplo de responsabilidad social hasta que fue expropiada por el gobierno comunista tras la revolución. Lo de fabricar hielo y cerveza era una actividad peligrosa, anti revolucionaria y supongo que mala para el medio ambiente, pero a los comunistas entonces todavía no se les había ocurrido ser ecologistas.

¡Ah! Se me olvidaba decirles que el protagonista de este cuento de Navidad, Ramón Herrera Gutiérrez, era mi tatarabuelo.  

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