Lógica liberal
Es estéril plantear una batalla cultural desde los mismos principios filosóficos que nos han llevado donde estamos
El otro día me pasaron un vídeo de lo más tétrico. Se veía a una veinteañera preocupada porque cuando sus hijos (caso de tenerlos) fueran mayores igual querrían tener sexo entre ellos. Y le preocupaba no saber aceptarlo.
Puede parecernos una tontería infame pero tiene todo el sentido del mundo. ¿Qué han aprendido los jóvenes sobre el amor y el sexo?
Pues que los límites se los impone uno mismo, y que no hay más freno que la libertad –en verdad voluntad– del prójimo. La manida frase de «mi libertad acaba donde empieza la tuya». Convirtiendo así la libertad en un fin en sí mismo, sin responder a la pregunta importante, ¿para qué? ¿Libertad para qué?
Y claro, del mismo modo que hemos asumido, promovido y defendido todo tipo de uniones amparados en que era una decisión libre por ambas partes y fruto del amor, ¿qué va a impedir a los hijos de esa veinteañera tener sexo –usando anticonceptivos– cuando sus padres no estén?
La joven decía que a sus abuelos les explotaba la cabeza cuando un nieto salía del armario, y según ella aquello era comprensible pero no justificable. Que tenían que aceptarlo.
Del mismo modo, le preocupaba no aceptar el amor incestuoso de sus futuros hijos, sabiendo que le explotaría la cabeza pero asumiendo, claro, que sí se querían, ¿por qué alguien iba a prohibirlo?
Por eso da en el clavo Juan Manuel de Prada cuando dice que es estéril plantear una batalla cultural desde los mismos principios filosóficos que nos han llevado donde estamos. La auténtica batalla cultural se hace desde fuera del sistema.
Pues, ¿con qué fuerza vamos a oponernos al vertedero en el que desemboca la lógica liberal si compramos sus principios? Es suficiente ese vídeo de dos minutos para entenderlo.