Entre los dedos
El otro día escuchaba la conferencia de un profesor que explicaba por qué los videojuegos triunfan tanto entre los jóvenes. Y es que dan una respuesta a ese deseo que los hombres tienen de batirse en duelo, de competir, de pelear.
Y decía este profesor que los videojuegos consiguen con éxito disipar toda esa fuerza que el hombre lleva dentro. Pero ese éxito en verdad es un fracaso. Todo ese empuje, que es tan bueno, se malgasta moviendo los dedos a toda velocidad.
Conviene recordar que la tecnología no es neutra, como pretenden hacernos creer. Algo parecido a lo que comentaba sobre los videojuegos sucede respecto a las redes sociales. Convierten toda nuestra rebeldía, todo nuestro enfado por una injusticia en un tuit.
La realidad es muy compleja y se nos está escurriendo entre los dedos
Y aunque las redes sean un campo abonado para el odio y estén llenas de ira, consiguen aplacar la ira que importa, la de la vida real, y al final cuando las injusticias que deberían clamar al cielo y sacarnos del sofá se dan, nos limitamos a mover muy rápido los dedos para escupir 160 caracteres.
Lo mismo sucede con la pornografía, que convierte la bragueta en un punto de fuga por el que escapa toda la fuerza creadora del hombre y toda su rebeldía.
La realidad es muy compleja y se nos está escurriendo entre los dedos. Con nuestras manos no podríamos ni si quiera detener el transcurso del riachuelo más minúsculo, se verían desbordadas. Imagínese el lector lo que sucede con el torrente de agua viva en el que transcurre nuestra existencia.
Lo miramos a través de la pantalla y solo somos capaces de responder a la realidad con una ficción, con un simulacro. Moviendo las falanges.
Es como si esos jóvenes estuvieran viviendo dentro de Instagram más que intentando reflejar su vida en esa red social
La realidad hay que abrazarla no con los dedos sino con todo el cuerpo y con toda la carne. Y hay que contemplarla sin demasiados filtros. Cara a cara.
Y la tecnología, contrariamente a lo que podamos pensar, ha convertido nuestra vida en una prolongación de todas estas redes sociales.
Decía el profesor que cuando observa a los jóvenes en la cafetería de la universidad le da la sensación de que todo es pose. Desde el modo de vestir hasta el modo de hablar. Es como si esos jóvenes estuvieran viviendo dentro de Instagram más que intentando reflejar su vida en esa red social.
Dentro de lo posible, tendríamos que alejarnos del abrazo tecnológico, y quizá entonces empezaríamos a leer un libro, a escribir un cuento, a salir a pescar, a vestir normal, a participar en la vida de una asociación, a hablar como seres humanos, a manifestarnos, a pegar carteles, a contemplar un atardecer, a enfadarnos en un bar o simplemente a mirar por la ventana. Se nos está escurriendo la vida entre los dedos.