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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Pedro Sánchez y Sexo en Nueva York

El campeón mundial de la transparencia continúa hoy en sus trece: nos niega los gastos que empleó en esa gira fallida, más turística que oficial

Actualizada 05:05

Pedro Sánchez y Begoña Gómez hicieron un viaje a Nueva York en septiembre de 2018, semanas después de que ¡albricias! a la esposa del presidente la colocaran en un chiringuito para África creado como un guante para ella. De aquella gira americana, en la que la inquilina de la Moncloa exhibió modelis que ni Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York, solo conocemos, tres largos años después, sus glamurosos paseos por Manhattan. Los medios se enteraron de que la mujer de Sánchez le acompañaba en ese periplo, que también incluía una visita a Trudeau en Canadá, por la agenda del primer ministro canadiense. La sorpresa y bochorno fueron morrocotudos. Begoña se había colado en la delegación y nadie se había enterado.

Al estilo oscurantista de Putin y Putina, los Sánchez pernoctaron en hoteles, comieron en restaurantes y visitaron las mejores tiendas neoyorquinas sin que los que les costeábamos el viaje sepamos, todavía hoy, en qué y cómo emplearon nuestro dinero. Secreto de Estado dijo Moncloa que eran los gastos de Gómez y su marido y añadieron otra excusa surrealista: que no se podían fraccionar. Y como no se podían fraccionar, pues tampoco dan la cifra global de la excursión. A Begoña, cual Carrie, le bastaría con decir: «No tengo un plan, pero tengo un vestido».

Por supuesto que el presidente del Gobierno tiene derecho y casi obligación de viajar al extranjero, pero siempre que le avale una agenda institucional. El pasado verano, y gracias al trabajo de mi amigo Antonio Naranjo, que han podido leer todos ustedes en nuestra común casa, El Debate, el marido de la viajada Begoña lo volvió a hacer: coger las de Villadiego y largarse de España, donde es muy aburrido arreglar el problema de los autónomos o bajar la tasa de desempleo juvenil o incluso escuchar las tontunas de Iglesias y Garzón. Volvió a Nueva York donde se llevó a docenas de asesores para su desayuno con diamantes: no tuvo ni un solo acto oficial y ni siquiera pisó Washington porque allí ni Biden ni Kamala Harris quisieron saber nada de él. La alergia de Biden al presidente publicista viene de lejos.

Era la primera vez que un jefe de Gobierno español visitaba aquel país sin que ni un representante de medio pelo de la Administración americana se dignara a recibirle. Eso sí, Sánchez consiguió lo que pretendía: hacerse fotos, muchas fotos, por las calles que admiraran a Audrey Hepburn. Esas fotos que no se puede hacer en la plaza de España, de Madrid, o en el paseo de Zorrilla, de Valladolid, o en el paseo de las Palmeras, de Ceuta, porque le llueven los improperios. El campeón mundial de la transparencia continúa hoy en sus trece: nos niega los gastos que empleó en esa gira fallida, más turística que oficial.

Debe ser emocionante viajar a gastos pagados sin tener que reportar un solo fruto de tu desplazamiento (bueno si eres Isabel Díaz Ayuso, los del PSOE de la Asamblea de Madrid te hacen sacar hasta los tickets de taxi). ¿Se imaginan a Draghi ocultando los pagos de su desplazamiento a Libia? ¿O al flamante canciller Sholz hurtando al Bundestag los gastos de su reciente viaje a España? Pues aquí Sánchez, que nos obliga a pensar que algo tendrá que ocultar, lo ha convertido en el pan nuestro de cada día. Ya lo dijo Miranda, en la afamada serie neoyorquina basada en el libro de Bushnell: «Quiero disfrutar de mi éxito, no disculparme por él».

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