El entendimiento sino-ruso
Lo que antes encontrábamos en los textos de los especialistas se ha hecho realidad: la vinculación entre el teatro ucraniano y el taiwanés. Dos «causas justas» afectadas por el intervencionismo de las «potencias anglosajonas» ante las que tenemos que tomar partido, con todas sus consecuencias
El pasado día 4 Putin y Xi Jinping se encontraron en Beijing. El resultado, anticipado por declaraciones de diplomáticos chinos y por un artículo firmado por Putin, consolida un entendimiento sino-ruso en contra del denominado orden liberal, justificando sus demandas territoriales y exigencias de un nuevo entorno de seguridad y rechazando los fundamentos de la democracia liberal desde una perspectiva cultural. Atrás quedan los tiempos en los que el tándem Nixon-Kissinger lograba establecer un nuevo marco de relación con China, consolidando la fractura en las relaciones entre los gobiernos de Moscú y Beijing. Vivimos circunstancias muy distintas. Estados Unidos ni tiene ya la autoridad de entonces ni parece interesado en mantener los fundamentos de aquel «orden», lo que provoca nuevos matrimonios de interés en el convencimiento de que ahora sí es posible configurar un sistema internacional desde perspectivas no democráticas.
La Administración Biden trata de dar imagen de tranquilidad y solvencia, al tiempo que genera alarma ante el despliegue de fuerza ruso que, a su entender, anticipa la invasión de Ucrania. Sin embargo, los problemas internos, la grave fractura ideológica que recorre Estados Unidos, sumados a la importancia de los frentes abiertos tanto en economía como en seguridad internacional restan credibilidad a un Gobierno que parece incapaz de gestionar de manera solvente tal cúmulo de problemas.
La prensa norteamericana celebra el resurgir de la OTAN y atribuye al aventurerismo de Putin el haber cohesionado lo que estaba, en célebres palabras del presidente Macron, en estado de «muerte cerebral». Es verdad que la vieja Alianza de 1949 parece estar recobrando su sentido original de contener a Rusia gracias al «vínculo atlántico». Sin embargo, este movimiento reflejo es más aparente que real. Una alianza no solo se fundamenta en la constatación de compartir un enemigo. Hace falta algo más, una estrategia común, con lo que ello implica de disposición al sacrificio. No nos engañemos, estamos lejos de conseguirlo.
Todo apunta a que los dirigentes rusos dedicaron mucho tiempo a planificar la actual campaña. Saben lo que quieren, lo han puesto por escrito, y creen saber cómo conseguirlo. Administran los tiempos siguiendo una planificación bien elaborada y manejan un abanico de opciones en función de las respuestas que van encontrando. Por ahora dejan que surta efecto tanto su despliegue como el alarmismo norteamericano. Cuales pollos sin cabeza los dirigentes europeos viajan a Kiev, Moscú y Washington tratando de hallar vías de escape a un precio módico. Cuanto más buscan menos encuentran, escenificando la temida imagen de inconsistencia, tan deseada por los dirigentes rusos.
El viaje de Putin a Beijing ha logrado algo más de indiscutible importancia. Lo que antes encontrábamos en los textos de los especialistas se ha hecho realidad: la vinculación entre el teatro ucraniano y el taiwanés. Dos «causas justas» afectadas por el intervencionismo de las «potencias anglosajonas» ante las que tenemos que tomar partido, con todas sus consecuencias. Divide, a fuego lento, haciendo sentir el vértigo de la situación, y vencerás.