El blando
Hasta las avergonzadas mesnadas de comunistas y subvencionados se han visto obligadas a interpretar el papel de enfadados con Putin
He saludado en dos ocasiones a Rodríguez Zapatero. En un multitudinario festejo en el que se celebraba un aniversario de La Razón, y en la Universidad Católica de Ávila, muy cercana a Mauricio Casals, que organizó un debate público entre Zapatero y Monseñor Cañizares moderado por Marhuenda. Aquello fue un desastre. Casals, que es listísimo, camuflaba su honda amistad oculta con Zapatero utilizando a monseñor Cañizares, un santo varón descolocado fuera del ámbito divino. Mi primer encuentro con Zapatero duró menos de una cuarta parte que la charla a toda carrera de Sánchez con Biden. Más o menos cinco segundos. Y en la Universidad Católica de Ávila, lo mismo, si bien disfruté de la bronca que le dedicaron los centenares de asistentes que llenaron el salón de actos de la Universidad Casalsiana. Por ello, no puedo presumir de conocer a Zapatero, porque diez segundos en la vida no llegan ni a pedorreta de colibrí con gastroenteritis. Pero sí puedo afirmar con conocimiento una característica de Zapatero digna de ser analizada. Al saludar, lo hace con la mano blanda, flácida. Más que una mano me pareció un marshmallow, esos dulces ingleses que se deshacen en la boca al instante de recibirlos en ella.
No obstante, con mano blanda o mano firme, Zapatero llevaba un mal camino. Todavía no viajaba a Venezuela con la asiduidad de ahora, pero previamente había situado a España en los aledaños de la tiranía bolivariana. Su fotografía en la Casa Blanca, con los Obama, su mujer y las dos niñas vestidas de góticas, ya formaba parte de mi archivo, en la carpeta
Imágenes Terroríficas del Siglo XXI. Cuando fue invitado por las urnas a abandonar La Moncloa, conocimos al auténtico Zapatero, colaborador preciso y puntual de tiranos, representante de dictadores y presumible empresario de la minería aurífera a cambio de su plena disposición. Pero hay que reconocerle un afán de superación en la maldad insuperable. Hace pocos días, mientras el poderoso Ejército ruso violaba las fronteras de Ucrania y procedía a invadirla a sangre, fuego y muerte de los heroicos ucranianos, Zapatero se ubicaba, junto a la banda que le acompaña en el Grupo de Puebla, a favor de Putin y en contra de cualquier sanción internacional a Rusia.
En España, hasta las avergonzadas mesnadas de comunistas y subvencionados se han visto obligadas a interpretar el papel de enfadados con Putin, Y han aplicado su mentiroso mensaje de «No a la Guerra», que es leyenda cínica y vomitiva. La guerra es cosa de dos, y en este caso, ha sido acción de uno. Uno ataca e invade con una fuerza infinitamente superior, y el invadido se defiende heroicamente desde su inferioridad. Sin apenas ayudas, porque Europa está reunida y no debe ser molestada. Ese mensaje del «No a la Guerra» que Movistar Plus ha colgado en todos sus programas y cadenas, es una mentira. «No a la invasión rusa» sería el mensaje justo, equilibrado y adecuado. Pero Zapatero, y eso hay que valorarlo, no ha perdido el tiempo en buscar disfraces ni mensajes cínicos. Ha reconocido su pleno apoyo al invasor ruso, y eso dice mucho de él. Demasiado, quizá. Pero no engaña.
Zapatero, que reconoce haber visto 500 veces la película Bambi, esa tontería, en compañía de sus hijas en sus tiempos infantiles pre-góticos, es un perverso colaborador de tiranías comunistas. Un gran español, un personaje inmenso, me lo advirtió pocos días después de conocer al magistrado-juez inhabilitado por prevaricación, Baltasar Garzón.
«Nunca te fíes de los hombres que saludan con la mano blanda, y de los que, teniendo aspecto de barítonos les sale la voz de pito de las sopranos».
Zapatero y Garzón. Y nada me fío de ellos. Los de Puebla. Los que aplauden al invasor de Ucrania.