Sanciones y orden liberal
La mala conciencia de nuestros gobiernos los puede llevar a adoptar decisiones no suficientemente estudiadas
Tras el horror ante lo que queríamos creer que no podía ocurrir, llega la ansiedad al no saber qué está pasando en el campo de batalla ucraniano. Rusia no es Estados Unidos. La CNN, con Christiane Amanpour a la cabeza, no llega a las mejores azoteas con tiempo suficiente para retransmitir en directo la evolución de las maniobras militares. Con una información limitada y sin conocer el plan de operaciones ruso se desatan las especulaciones, con juicios un tanto aventurados, sobre el éxito o fracaso de cada movimiento táctico. Se da por descontado que las fuerzas rusas superarán la resistencia ucraniana en un tiempo relativamente breve, comenzando entonces una segunda fase, para la que los ucranianos llevan tiempo preparándose, centrada en las operaciones subversivas. Cabe especular con una ocupación territorial rusa, a la vista de su superioridad en capacidades de todo tipo, pero cosa muy distinta es el control territorial. El tiempo nos mostrará hasta qué punto los preparativos ucranianos han sido efectivos y qué interés tiene Rusia por permanecer allí, una vez se hayan hecho con el control político.
Mientras tanto, en Occidente se acelera la imposición de sanciones económicas, doblegándose las resistencias de algunos gobiernos ante el clamor de la presión popular y la contundencia de la diplomacia estadounidense. Sobre este tema conviene hacer una cierta reflexión para no llevarnos a engaño. En anteriores columnas ya comentamos su limitada eficacia en perspectiva histórica y cómo dañan a ambas partes. No insistiremos en ello. Veamos dos aspectos complementarios.
Las sanciones pueden ser de tres tipos: preventivas, un castigo o la justificación de la inacción. Las primeras entrarían en el capítulo de acciones dirigidas a disuadir. Por ello es fundamental que se anuncien con tiempo suficiente para poder generar algún efecto y que sean suficientemente contundentes como para que el agresor concluya que no le compensa la campaña prevista. Es evidente que este no es el caso que nos ocupa pues, aunque se habló de sanciones, nunca se hicieron explícitas. Las segundas sólo pueden tener efectos sobre campañas futuras. Hoy en día sería muy especulativo hacer afirmaciones al respecto, pues estamos metidos de pleno en los sucesos ucranianos. El tercer tipo va más dirigido a calmar a la propia opinión pública y acaso la propia conciencia, pero tiene un limitado efecto sobre el agresor. Sin duda, la segunda y la tercera enmarcan correctamente el comportamiento de nuestros dirigentes.
Centrémonos en los mecanismos financieros y, especialmente, en el sistema SWIFT para movimientos internacionales. Es un instrumento característico del «orden liberal» y, más en concreto, de su última etapa, la globalización. La exclusión del mismo se considera la sanción por excelencia. Si echamos a los bancos rusos para dañar su economía estamos dando a entender que el sistema es nuestro, de las naciones democráticas, y que responde a nuestra manera de entender la globalización. Si pensamos que un acto así no va a tener consecuencias es que hemos perdido el sentido común. En primer lugar, hay otros sistemas alternativos, que crecerán en importancia como reacción a la expulsión de las entidades rusas. En segundo lugar, el dinero que queremos congelar se está ya trasfiriendo a las criptomonedas, como las autoridades financieras internacionales están reconociendo. En tercer lugar, si politizamos un mecanismo financiero aceleraremos la implantación de alternativas dirigidas fundamentalmente por China.
La mala conciencia de nuestros gobiernos los puede llevar a adoptar decisiones no suficientemente estudiadas, que a la postre se volverán contra nosotros al acelerar la demolición del orden liberal.