Pedro Sánchez y el Rey Juan Carlos
Que el dirigente socialista exija explicaciones al Rey más allá de los tribunales suena a Putin disertando de derechos humanos, a Maradona sobre las drogas o a Pablo Iglesias sobre cualquier cosa
Pedro Sánchez le ha exigido explicaciones a Juan Carlos I, lo cual sería razonable de no ser por la identidad del peticionario: el primero de los españoles no puede ser el último de los contribuyentes salvo que tenga una buena excusa, y el juicio que merece su comportamiento, en general, no se circunscribe en exclusiva a sus consecuencias penales.
Puede ser el Rey inocente en un juzgado y seguir debiéndole explicaciones a quienes ven en su figura un símbolo de sus valores nacionales y exigen, a cambio de los privilegios de ese estatus, una ejemplaridad mayor a la estrictamente jurídica.
Pero para mantener ese debate conceptual son innegociables dos premisas: la primera, que no comporte una condena de antemano por razones políticas que, lejos de buscar la estabilidad de la Corona, utilice la sanción preventiva para acabar con ella. Que es el caso de España y obliga, por tanto, a defender a don Juan Carlos más allá de sus pecados.
Y la segunda, que quien reclama ese ejercicio extra de penitencia, se aplique a sí mismo ese nivel de exigencia. A estos efectos, Pedro Sánchez suena a Maradona pontificando contra las drogas, a Putin disertando sobre derechos humanos o a Pablo Iglesias sobre cualquier cosa.
A él mismo se le acumulan abusos, errores, mentiras y montajes en tres años que le convierten, por demérito propio, en el presidente más opaco, sospechoso, artero y caradura que ha dado España, sin los atenuantes que el Rey puede alegar para compensar, sobradamente, sus evidentes excesos.
Porque Sánchez es doctor por una tesis plagiada; secretario general del PSOE por una falacia y presidente por una moción de censura nefanda: nada de lo que ha logrado deriva de la simbiosis esperable en alguien con su jerarquía y todo en él ha sido juego sucio, puñalada por la espalda y atropello en el paso de cebra.
Ganó en su partido presentando a sus rivales como unos aliados de Rajoy para camuflar su intentona de sumar con el nacionalpopulismo de Podemos, Bildu y ERC. Accedió a la Presidencia con el auxilio del juez autor de dos líneas fake en una sentencia redactada para lograr en los despachos lo negado en el terreno de juego. Ganó las elecciones comprometiéndose, desde el insomnio, a evitar los infames pactos que suscribió a los cinco minutos de cerrarse las urnas. Es doctor universitario con una tesis que le hizo un oriundo del mismo continente que le da trabajo a su esposa, con los mismos conocimientos previos de África que de finlandés medieval. Y ha escondido su asfixiante nepotismo y su descarada usurpación de los recursos públicos con un disfraz de secreto de Estado impropio de un gobernante democrático.
Si a alguien le debe explicaciones el Rey, es a los españoles, que a buen seguro sabrán utilizar la balanza de inmensos aciertos y lamentables errores para emitir un veredicto indulgente, por mucho que en ese burdo ecosistema sanchista se intente imponer por decreto la generosidad con ETA y la fatwa fundamentalista contra todo lo que huela a Borbón.
Que Sánchez se atreva a situarse por encima del bien y del mal, con ese expediente propio y una impunidad incompatible con los valores constitucionales más elementales, confirma definitivamente la catadura moral del personaje: va de Kennedy por la vida, pero huele a Ceaucescu que tira para atrás.