Doble alegría
120 años de historia, el mejor club del siglo XX, el más victorioso de España, de Europa y del mundo, no concibe ser derrotado por un club reciente cuyo único valor es el dinero petrolífero
Hoy, con el permiso de mis lectores que no son madridistas, me voy a permitir la licencia de intentar expresar la doble alegría que experimento por el triunfo del Real Madrid sobre el París Saint-Germain. Tenía siete años recién cumplidos cuando el Real Madrid ganó su primera Copa de Europa. Fútbol de radio. Los diez hermanos y nuestros padres vivíamos en el cuarto piso del número 57 de la calle de Velázquez. Tres hermanas solteras de mi madre, Rosario, Milagros y Rocío Muñoz-Seca, habitaban dos pisos más arriba, en el sexto. Casa muy madridista. El séptimo piso lo ocupaba Eulogio Aranguren, que jugó en el Real Madrid con Santiago Bernabéu. Y el portero de la finca, Aureliano, lo era también en los días de partido de la puerta 20 del Santiago Bernabéu. Fui candidato a la presidencia del Real Madrid en 1991, y obtuve un gran resultado frente a Ramón Mendoza. Por fortuna para el Real Madrid perdí las elecciones. Mi hermano Jaime fue vicepresidente del Real Madrid en dos ocasiones, con Ramón Mendoza y Lorenzo Sanz, respectivamente. Mi padre falleció siendo el socio 11 del club, y dos hermanos suyos formaron parte del «Hongo Club», un grupo de cachondos que seguían al Real Madrid por todos los campos de Europa. Mis tías solteras, cuando el Madrid se enfrentaba a un equipo puntero en la Copa de Europa, llevadas de su profunda religiosidad, montaban un altar en su casa bastante peculiar con una vela encendida. Las estampas de la Virgen de la Almudena, del Padre Pío, del Hermano Gárate y una fotografía de su padre y mi abuelo, Pedro Muñoz-Seca. Funcionó la influencia divina hasta la final de la sexta Copa de Europa, contra el Benfica de Eusebio, Simóes, Colunna y Torres. Se olvidaron mis tías de la Virgen de Fátima, que iba con el Benfica, y la de la Almudena aquella noche estuvo distraída. Y nos ganaron.
En aquellos tiempos, las victorias del Real Madrid nos llenaban de alegría. Una alegría unidireccional, simplemente producida por el triunfo de nuestro club. Ahora, la alegría es doble. Se mantiene el júbilo por los éxitos del Real Madrid en los partidos de la Copa de Europa-Liga de campeones, y se suma el placer de pensar en el enfado de los antimadridistas, con especial recuerdo a los barcelonistas. También los hay, y furibundos, del Atlético de Madrid, pero éstos son más soportables, y además, vecinos. Los del Barça rabian mucho más, y ello resulta bastante divertido. Y más si en el equipo que pierde juegan los restos que aún quedan de Messi, y nos asombra la maravilla de Mbappé que es futuro del Real Madrid.
Quince minutos maravillosos, de manada, y el París Saint-Germain con todos sus millones, a la cuneta. Ciento veinte años de historia vencen siempre sobre el dinero árabe. Me ha emocionado el mensaje de un gran barcelonista, el extraordinario tenista Alex Corretja, todo un señor: «Nadal =Real Madrid, Real Madrid=Nadal. Tienen algo imposible de entender a menos que seas como ellos. ¡Y ya sabéis que soy del Barça!»
Pero es una excepción. La expresión de Nasser Al-Khelaifi, presidente del club parisino cuando metió Benzema su tercer gol se me antojó como un masaje con final feliz. Y pensar en Aleksander Ceferin, el francés que preside la UEFA desde el odio y la envidia al Real Madrid, me dispensó, en tiempos tan tristes y difíciles, una dicha y un regodeo de muy difícil superación. Dos horas de sufrimiento y una noche sin poder dormir del grado de excitación inducida por la culminación del mal ajeno.
El Real Madrid, que juega un fútbol aburridísimo, siempre reacciona con rachas geniales que acaban con cualquiera, sobre todo en la Liga de Campeones. Eso, 120 años de historia, el mejor club del siglo XX, el más victorioso de España, de Europa y del mundo, no concibe ser derrotado por un club reciente cuyo único valor es el dinero petrolífero. Mbappé, el año que viene, va a conocer al fin, lo que es jugar del lado de la historia. Y los madridistas, que somos millones esparcidos por todo el mundo, felices. Por nuestro bien y por su mal.
Y patatín patatán.