Oro y chatarra
Unas gritan en España y otras, en torno a las 40.000, luchan contra el poderoso invasor y mueren por la libertad en los embarrados campos ucranianos y en las esquinas de los escombros de sus ciudades
Mientras Marlasca –sí con «c», que así se escribe su segundo apellido–, tira a la basura 55.000 euros iluminando de moradito y lila las comisarías policiales, su colega ucraniano en la Judicatura, Iván Mishchenko, juez de la Corte Suprema de Ucrania, acompaña a su familia hasta las afueras de Kiev, entrega a su mujer e hijos a los responsables de un grupo de refugiados, retorna a Kiev y se alista como soldado voluntario de la Fuerza de Defensa Nacional. El juez heroico y el juez de la manifestación feminista. Oro y chatarra.
Mientras miles de mujeres que lo tienen todo sin pegar con un palo al agua, se manifiestan enloquecidas por un feminismo falso y vacío de conceptos en las ciudades de España con las gobernantes de Podemos y el PSOE en la cabeza de la manifestación, las mujeres ucranianas libres de proteger a sus hijos, combaten contra los invasores rusos en todos los frentes de Ucrania. Unas gritan en España y otras, en torno a las 40.000, luchan contra el poderoso invasor y mueren por la libertad en los embarrados campos ucranianos y en las esquinas de los escombros de sus ciudades. La primera soldado caída, la escritora Iryna Tsvilá, muerta cuando rechazaba el asalto de un comando blindado ruso. Hasta el momento, más de 800 mujeres uniformadas y armadas han entregado su vida por Ucrania. Unas gritan histéricas y otras mueren por su patria. Chatarra y oro.
Mientras los valientes políticos de Podemos Irene Montero y su no se sabe qué Pablo Iglesias, protestan por el ruido que impide dormir a sus hijos –no se han puesto de acuerdo en el número de ellos–, y hacen proteger su chalé proletario por tres turnos de treinta guardias civiles y policías nacionales cada día, un niño ucraniano de 11 años viaja en soledad más de 1.700 kilómetros desde Zaporiyia a Bratislava –Eslovaquia–, para salvar la vida y ser acogido por unos familiares, mientras su madre Julia Volodymyzivná se une a la resistencia de su ciudad. A unos les asustan los ruidos de las cacerolas, y otro se abraza a sus familiares en Eslovaquia, después de 1.700 kilómetros con la emoción y la sonrisa de los valientes. Como un tío de 11 años. Chatarra y oro.
Mientras Puigdemont huye como un conejo en el maletero de un coche y defiende al invasor de Ucrania de quien recibió toda suerte de ayudas en su fracasado golpe de Estado contra España, y al tiempo que el dictador comunista no abandona el Kremlin ni por recomendación médica,
El presidente Zelenski, que sabe que, con muchas probabilidades, será asesinado por el comando mercenario Wagner, compuesto por 400 asesinos a sueldo, permanece en Kiev como símbolo insustituible del heroísmo ucraniano. Cambia tres veces al día de refugio y mantiene con su firmeza la fuerza necesaria para resistir. Chatarra y oro.
Decenas de miles de madres ucranianas se juegan la vida y la de sus hijos en los corredores de la salvación, muchos de ellos minados por los rusos. Y si alcanzan Polonia se encuentran con centenares de miles de compatriotas refugiados, mientras los hombres que las han acompañado hasta la seguridad de sus vidas y las de sus hijos, vuelven a Ucrania a combatir y morir, si es preciso, por su patria robada. Entretanto, miles de mujeres que lo tienen todo, se desgañitan en las ciudades de España amenazando, despreciando e insultando a todas las mujeres que defienden la dignidad del individualismo contra la brutalidad de la masa manipulada, apesebrada o simplemente enriquecida por sus inútiles chiringuitos. Oro y chatarra.
Oro Ucrania, chatarra España. Nos están llevando a la chatarra. Y más impuestos, y más subidas, y más errores, y más chulerías, y más derroches y más estupideces, y más enriquecimientos con dinero público. Y más asesinatos de niños indefensos a los que se les niega nacer. Chatarra de gente.
Oro de héroes.