Yoli, Yoli
Llevo siguiendo sus movimientos y palabras desde hace meses, y sospecho que responde a la realidad su presumible oquedad mental
Yolanda «Fashion» Díaz está montando un nuevo partido para derrotar por la izquierda a su presidente y amigo Pedro «Falcon» Sánchez.
Ya ha elegido a sus compañeros para culminar la conquista. Me lo confiesa, con gran dolor, un desertor podemita de Foz, que la conoce bien. «Elige muy mal a las personas. No obstante, si las eligiera bien, nada cambiaría. Es una mujer vacía, muy poca cosa. Da el pego al principio, pero poco a poco ella misma se destruye». Llevo siguiendo sus movimientos y palabras desde hace meses, y sospecho que responde a la realidad su presumible oquedad mental. Mucho me temo que su galleguismo no ha crecido de la mano de Rosalía de Castro, Álvaro Cunqueiro, José María Castroviejo, o Ángel Fole por no caer en la permanente referencia a Cela. Y su rubio no es de campo de trigo a la vera del Danubio, sino de bote. Cuando dice sus tontadas, lo hace bajando el tono de la voz y adoptando una aproximada intención de alcanzar la trascendencia. Por eso sus tonterías se notan más que las del resto de los comunistas podemitas, y perdón por la redundancia. Domina la verborrea convincente sin necesidad de ingerir alcohol. La verborrea convincente es el segundo escalón del pedo hispano. Exaltación de la amistad, verborrea convincente, cantos regionales, tuteo a la autoridad e insulto al clero. Ella vive inmersa en la verborrea, como Irene Montero, la Belarra, Mónica madre y médica, y demás ejemplares destacados de la sección gallinácea del estalinismo coyuntural. A mí, personalmente, me hace gracia lo que dice porque siempre me ha parecido gracioso y divertido lo que no soy capaz de entender.
Lo que sí entiendo, o mejor, intuyo, es que su futura formación política no ha nacido adecuadamente. Tiene razón el desertor podemita de Foz. No elige bien. Se ha rodeado de la ridícula Ada Colau, empapelada por la Justicia. De Mónica Oltra, empapeladísima. Del becario Errejón, que se va a sentar en el banquillo de los acusados por liarse a patadas con un anciano transeúnte, –también me gusta «anciano viandante»–, y de Mónica madre y médica, que es un personaje cómico-patético, pero nada más. Sólo le queda limpia de polvo y paja, la marroquí acoplada, que por mucho que sea su valor político y carismático, se me antoja poca cosa para derribar al gran gorrón.
Si de cinco compañeros elegidos, tres de ellos tienen problemas con la Justicia, una cuarta problemas con la inteligencia y una quinta problemas de adaptación, no yerra quien intuye que esta gallega comunista, en lugar de elegir con la cabeza, lo hace con el antifonario, es decir –escribo en Viernes Santo–, el pompis.
Durante un año escribí una especie de crónicas parlamentarias en el diario Ya. Y glosé, después de la catástrofe de UCD en 1982, la despedida amarga que tuvo lugar entre el escaño azul y el bello trasero –escribí culo–, de Soledad Becerril. Le pareció muy fuerte al director de Ya, y sustituyó «culo» por «pompis». Cuando lo leí me sentí ridículo y procedí a la queja telefónica. –Señor Director, el pompis se tiene hasta los diez meses de edad. A partir de ahí, se tiene culo. Y el director defendió su derecho a la censura: –En el Ya, Ussía, todos, usted incluido, tenemos pompis. Bueno, pues eso, que Yoli «Fashion» Díaz elige con el pompis.
Lo cual, pompis y antifonarios aparte, a España le viene y le vendrá muy bien.
Sin ánimo de ofender, claro está.