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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Los hijos de Pablo e Irene

¿Os sobran vuestros hijos? ¿Hubierais llegado a conocerlos de vivir en un cuarto sin ascensor en Vallecas, sin esos sueldos y ahorros, sin esos trabajos ambos y sin esas niñeras y chóferes tan serviciales que hacen más llevadero todo?

Actualizada 02:45

No parece que, de todos los escándalos que nos rodean, el de las niñeras de los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero sea el más bochornoso. E incluso puede llamar la atención que algo así, tan menor en principio, esté provocando un culebrón judicial de notable predicamento público: el despecho político que generan los dos personajes explica una parte de esa atención, que tiene más de ajuste de cuentas que de búsqueda de la justicia, probablemente.

Pero sí hay algo que merece el subrayado del caso, más allá de las consecuencias legales que tenga para los marqueses, de ser todo cierto, pasarle la factura de esos lujos privados al erario público.

Y se resume en una pregunta: ¿Hubiera tenido tres hijos Irene Montero de no disfrutar un sueldo de cinco cifras; de una casa serrana aristocrática y de todas las comodidades que su posición le reporta en formato de chófer, coche oficial, asistentes y por supuesto niñeras?

Si la ministra de Igualdad se hiciera esta pregunta y, en la intimidad y sin testigos se respondiera a sí misma con un «no», encontraría en su propia experiencia la mejor justificación para desmontar su redoblada apuesta por ampliar el aborto y convertirlo casi en una obligación para empoderar a la verdadera mujer.

Sensu contrario, si Irene Montero le preguntara a las abortistas si renunciarían a sus hijos de disponer de los recursos y comodidades que ella tiene y la respuesta fuera también un «no»; su discurso público, su afán normativo y su impulso político quedarían derrotados por la evidencia.

Que es bien simple: nadie, o casi nadie, prescindiría de la maternidad si tuviera una alternativa remotamente similar a la que ella, y el padre de sus hijos, han tenido gracias a la política.

La mera duda que a ella misma pudiera plantearle esta hipótesis debiera ser suficiente para que pusiera en cuarentena su apuesta por encarcelar incluso a quienes, con menos medios que ella y menos capacidad de ofrecer una alternativa, se congregan cerca de las clínicas para rezar: su presencia no sería necesaria si el Gobierno se encargara, caso a caso, de ofrecerles un camino distinto al aborto.

Todo lo que no sea formularle esa simple pregunta a cada madre potencial equivale a invitarla a interrumpir su embarazo; como todo lo que no sea reforzar una ley de cuidados paliativos incita a la eutanasia como triste e inhumana respuesta al dolor.

Tal vez haya personas que, con todas las opciones sobre la mesa, seguirían eligiendo las más traumáticas: la insondable condición humana impide generalizar. Pero que una sola mujer cambiara de opción es suficiente para que la ministra de Igualdad se pare y reflexione sin el maximalismo acostumbrado.

Irene, Pablo, ¿os sobran vuestros hijos? ¿Hubierais llegado a conocerlos de vivir en un cuarto sin ascensor en Vallecas, sin esos sueldos y ahorros, sin esos trabajos ambos y sin esas niñeras y chóferes tan serviciales que hacen más llevadero todo?

Hay gente que ni siquiera puede hacerse esas preguntas porque conoce de antemano las respuestas. Vuestro trabajo es darles esperanza, no apuntalar su resignación y hacer fortuna política con ella mientras veis a vuestros preciosos chiquillos correteando por la parcela.

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