Cuando Twitter suspendió a Trump
Hay una creciente crítica hacia ese sesgo izquierdista, que se ha manifestado, por ejemplo, en estos últimos días en la enorme contestación en Twitter a las exigencias de cordón sanitario a Vox
Ocurrió en enero de 2021, cuando Twitter suspendió la cuenta de Donald Trump, la segunda con más seguidores del mundo, 89 millones de personas, tres días después del asalto al Capitolio. Fue el punto de inflexión que probablemente explica lo que está pasando ahora, ese apoyo mayoritario de los votantes republicanos y de la derecha de otros países a Elon Musk en su oferta de compra de Twitter, y, sobre todo, en su discurso de defensa de la libertad de expresión. De fondo, el cambio de tendencia en las relaciones de los votantes con los medios de comunicación y las redes sociales, con un malestar creciente hacia su tradicional dominio izquierdista.
Adujo quien era entonces consejero delegado de Twitter, Jack Dorsey, que la cuenta de Trump suponía «una amenaza violenta», algo que, sin embargo, Twitter no aplicaba ni aplica a ninguno de los dictadores del mundo. Por ejemplo, al dictador cubano, Miguel Díaz-Canel, que, a día de hoy, tiene más de 600.000 seguidores en su cuenta, con los que comparte las bondades de vivir en una dictadura comunista y las ventajas de reprimir a los disidentes. Y, por supuesto, tampoco aplica a los dirigentes de la extrema izquierda de las democracias, como Pablo Iglesias, que podrá seguir defendiendo, con tranquilidad, desde los Rodea el Congreso hasta las cancelaciones de intelectuales o periodistas que no sean de su agrado.
El resultado de esta sangrante contradicción es que para la mayoría de estadounidenses, aun más los votantes republicanos, Twitter no defiende la libertad de expresión, como muestra una encuesta de YouGov de la semana pasada. Incluso más inquietante es el resultado de otra encuesta de YouGov de fines de marzo según la cual la credibilidad de los medios tradicionales es mínima entre los votantes republicanos. De tal manera que dan puntuaciones pésimas a todos los grandes medios estadounidenses, desde la CNN hasta The New York Times. En otras palabras, están hartos del sesgo izquierdista de la gran mayoría de los medios.
Y algo parecido está pasando en España y en toda Europa. Hay una creciente crítica hacia ese sesgo izquierdista, que se ha manifestado, por ejemplo, en estos últimos días en la enorme contestación en Twitter a las exigencias de cordón sanitario a Vox lanzadas desde los medios de izquierdas. Medios que defienden la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno de España y de varias comunidades autónomas, pero que exigen la censura a Vox. O que alertan contra el peligro de Marine Le Pen en Francia, mientras elogian a Jean Luc Mélenchon y piden su apoyo a Macron.
La paradoja es que esa contestación se produce en Twitter, a pesar de la ideología de sus dueños y gestores. Lo que muestra no solo lo difícil que es poner límites a la libertad de expresión, sino también un cambio en el activismo político y en los espacios de debate de las democracias occidentales, con un inesperado y creciente peso de la derecha. La izquierda celebró hace años la llegada de Twitter como una red que pensó iba a dominar, y sin importarle, por supuesto, que fuera propiedad de una empresa privada. Ya me la imagino clamando por el control estatal y por el refuerzo de la censura, si lo de Elon Musk sigue adelante.