Frankenstein indignado
Intolerable que un partido que condena a terroristas y dictadores entre en un Gobierno, grita fuera de sí este Frankenstein que manda en España
Europa Occidental es esa región política del mundo que lidera la aberrante distinción entre los totalitarismos nazi y fascista y los comunistas, donde el consenso sobre el rechazo de los primeros convive con la justificación de los segundos. Y donde los propios comunistas junto a los socialistas dictan los principios de la buena democracia. Sin que la derecha europea haya sido capaz hasta ahora de desmontar esta lamentable contradicción democrática.
Es así que los comunistas españoles, los mismos que siguen justificando las dictaduras comunistas o que exigen a los ucranianos la rendición ante Putin, se muestran indignados porque el PP haya alcanzado un acuerdo de Gobierno con Vox en Castilla y León. Y es así que los socialistas que gobiernan con los anteriores, y que hace pocos meses se negaron a condenar en el Congreso los totalitarismos nazi, fascistas y comunistas, porque, decían, no se podía equiparar a los comunistas con los primeros, también están indignados porque un partido democrático como Vox pueda entrar en un Gobierno.
Les acompañan en la indignación los nacionalistas vascos, los que se han pasado las últimas décadas pactando con el brazo político de ETA y hablando del «conflicto» entre asesinos y víctimas, y que protestan airados porque un partido que condena a los terroristas entre en un Gobierno. También los golpistas catalanes, los que se ríen del Estado de derecho y son abiertamente xenófobos y supremacistas, con el beneplácito del poder socialcomunista que dicta las reglas democráticas en Europa. Intolerable que un partido que condena a terroristas y dictadores entre en un Gobierno, grita fuera de sí este Frankenstein que manda en España.
Es urgente que la derecha europea, y la española en particular, rompa de una vez con esta aberración que tanto daño ha hecho a la propia derecha, y especialmente al centroderecha. Francia, el país tradicionalmente más izquierdista de Europa junto con España, es un buen espejo en el que mirarse. Los socialistas franceses, con Mitterrand al frente, metieron a los comunistas en el Gobierno en 1981, mucho antes que Pedro Sánchez, y mientras han mantenido pactos desde entonces con ellos, han exigido a los Republicanos que ni se les ocurra pactar con Le Pen. Y lo tremendo es que la derecha francesa se ha plegado a esta imposición, lo mismo que a otras muchas ideas de la izquierda, como la acogida de terroristas de extrema izquierda en Francia, desde las Brigadas Rojas hasta ETA.
El resultado actual de esa historia es que los Republicanos están hundidos, un exministro socialista como Macron lidera las encuestas de las Presidenciales de primavera, Marine Le Pen está situada en el segundo lugar de intención de voto, y Zemmour, tercero, por delante de la candidata de los Republicanos, Valérie Pécresse, que solo supera por un punto a la extrema izquierda de Mélenchon (encuesta de Kantar de hace dos días).
Es la consecuencia de someterse a los principios de la izquierda, en España, los de Pedro Sánchez, Adriana Lastra, Gabriel Rufián, Pablo Iglesias o Arnaldo Otegi. Ahí está el problema de nuestra democracia, y no en Vox.