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GaleanaEdurne Uriarte

La crisis del centroderecha

El centroderecha español, lo mismo que todo el europeo, tiene que acabar de una vez con la cultura política dominante impuesta por la izquierda, según la cual es legítimo pactar con los comunistas, pero no con partidos democráticos de derecha radical que condenan todas las dictaduras

Actualizada 04:41

Una de esas extrañas casualidades de la vida, la crisis del PP me ha pillado escribiendo el capítulo de conclusiones de un libro sobre el futuro del centroderecha europeo que acabamos de terminar un equipo de politólogos. Y he aquí que la pregunta inicial con la que empezamos el libro hace unos meses era si el centroderecha europeo estaba en crisis y si sería capaz de recuperar la posición de plena hegemonía en la derecha de la que había gozado durante décadas. Paradojas de la vida también, había empezado las conclusiones justamente unos días antes de que estallara la crisis del PP, convirtiendo en interrogante un titular del medio digital politico.com, «The party´s over for the Europe´s center right». Se publicó poco después de la derrota de la democracia cristiana en las elecciones alemanas y la dimisión de Sebastian Kurz en Austria.

Lo que no había calculado es que el centroderecha español fuera a estar en el núcleo de ese interrogante, tras lo vivido estos días. Dicen casi todos que es una lucha por el poder, que lo es, pero también consecuencia de unos cambios políticos que están provocado importantes descensos electorales o graves crisis en todo el centroderecha europeo. En las últimas semanas, la derrota del PSD portugués y el ascenso de Chega, un partido radical de la derecha, o la complicada disputa de la candidata de los Republicanos franceses, Valérie Pécresse, con dos candidatos de la derecha radical, y por la segunda plaza, que no primera, de las presidenciales francesas, o también la crisis de Boris Johnson y los conservadores británicos.

Lo nuevo, el elemento perturbador que afecta a todos los partidos del centroderecha europeo es el crecimiento del populismo y el surgimiento o auge de partidos a su derecha. En el caso español, Vox. Ese es el debate ideológico de fondo, el debate al que no tuvieron que enfrentarse ni Aznar ni Rajoy, pero sí Pablo Casado, y el que tendrá que afrontar el nuevo líder. El que explica buena parte de las críticas a Casado, también tras las elecciones de Castilla y León, donde el problema, se le achacaba, era el resultado de Vox, y después, el posible pacto con Vox.

En ese debate, el PP ha tenido clara hasta ahora la primera parte de la respuesta, pero no tanto la segunda. La primera, la única viable en el actual contexto de competición electoral, es la apuesta por un claro programa de centroderecha liberal, conservador y demócrata-cristiano, el que ha triunfado durante décadas en Europa. Entre otras cosas, porque hay un amplísimo sector sociológico afecto a esas ideas y valores, y porque, a diferencia de C´s, Vox ha llegado para quedarse, y el PP deberá adaptarse a la competición electoral también dentro de la propia derecha.

La dificultad principal está en la segunda parte de la respuesta, en los pactos con Vox. Es ahí donde el centroderecha español, lo mismo que todo el europeo, tiene que acabar de una vez con la cultura política dominante impuesta por la izquierda, según la cual es legítimo pactar con los comunistas, pero no con partidos democráticos de derecha radical que condenan todas las dictaduras. Es una cuestión de principios democráticos, mucho antes que de viabilidad de gobiernos cuando gana la derecha sin mayorías suficientes. El problema democrático está en los pactos con comunistas que apoyan dictaduras o con independentistas que justifican el terrorismo, no en los pactos con Vox. Ahí está esa llamada batalla cultural que el centroderecha aún no ha sido capaz de ganar.

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