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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Milagros

El gran milagro granadino del siglo XXI no es otro que la resurrección de Mayor Zaragoza

Actualizada 02:10

Ramón Pérez-Maura nos ilumina con un nuevo milagro. La inesperada resurrección de Federico Mayor Zaragoza, firmante de la gamberrada de manifiesto alentado por Ione Belarra. Lo ha hecho rubricando la sandez comunista al lado del invicto exgeneral del Ejército del Aire, Julio Rodríguez. Y le concedo la condición de invicto porque su carrera militar no se corresponde a su altísimo empleo, Jemad con Zapatero, que destacó por retirar a nuestros soldados, en contra de su voluntad, desplegados en misión de paz en Irak. Es invicto porque nunca ha ganado y nunca ha perdido, lo cual en un teniente general de cuatro estrellas tiene mérito.

Mayor Zaragoza le debe casi todo al jefe del Estado, general Franco, y con menor influencia a Rafael Anson, que convenció a Suárez para que lo nombrara ministro. Como rector de la Universidad de Granada, y según Manuel Jiménez de Parga, catedrático y posteriormente presidente del Tribunal Constitucional, fue un obediente rector siempre con la mano en el teléfono para avisar a los grises cuando los estudiantes organizaban algún tumulto. En el Ideal de Granada se resumió en un excitante titular la normalidad universitaria regida por Mayor Zaragoza. «Normalidad en la Universidad. Dimiten el decano, vicedecano y tres catedráticos de la Facultad de Derecho». Es decir, normalidad plena.

Granada es una de las ciudades más pasmosas de España y del mundo. Y los granadinos, gentes encantadoras con media vuelta al revés en sus temperamentos. Ellos mismos dicen que el granadino tiene muy «mala follá», pero creo que es un tópico, un lugar común, como el que los catalanes son tacaños. Creo que he marrado en la comparación, porque efectivamente, los catalanes son bastante tacaños. Los cursis –casi todos–, de los comentaristas futboleros de Movistar Plus, denominan al Granada Club de Futbol el «conjunto nazarí». Nazarí el conjunto y nazaríes los futbolistas del club granadino. El nazarí no es otra cosa que el miembro de la dinastía, familiar o servidor de Yusuf Iben Nazar, Rey de Granada. Los futbolistas del Granada nada tienen que ver con Nazar, y lo de nazarí es una cursilería gratuita. Como si comentando un España-Inglaterra de fútbol, el locutor nos regalara el siguiente párrafo. «El gol que han marcado los Windsor obligan a los Borbón a marcar un tanto para equilibrar el marcador».

Milagros de Granada. Todos sus futbolistas, españoles, sudamericanos y europeos descienden del petardo de Iben Nazar, un Rey, por otra parte, acumulador de inmensas y encadenadas torpezas. Si bien, el gran milagro granadino del siglo XXI no es otro que la resurrección de Mayor Zaragoza, que después de presidir durante años el enchufe de la Alianza de Civilizaciones, parecía haber desaparecido de los perfiles de sierra Nevada y los bosques cerrados de la Alpujarra.

Mayor Zaragoza politizó hacia las izquierdas la Unesco, y en premio, el reputado miembro de la minería aurífera, José Luis Rodríguez Zapatero, le eligió como presidente de la mayor chorrada jamás nacida de cabeza humana. La Alianza de las Civilizaciones, es decir, el abrazo intenso y sincero del mundo musulmán, anclado en el siglo XII con la civilización judeocristiana, el humanismo cristiano imperante en occidente, que vive de acuerdo con su siglo, el XXI. Una canallada de encargo, promover semejante abrazo, cuando entre unos y otros vuelan en el vacío nueve centurias. Y Mayor Zaragoza, después de no hacer nada en el engendro que le encomendaron, desapareció del Foro, y según un 95 por ciento de la humanidad, también del mundo. Pero los pillos siempre reaparecen con las golferías, y ese manifiesto comunista alentado por la simpática Ione Belarra, muy favorable al gran amigo del comunismo español si bien su nombre no parece, Vladimir Putin, nos lo ha devuelto a la luz.

En las cuevas de Sacromonte, en el decenio de los cincuenta, y con motivo de la visita oficial que rindió a Granada el Príncipe Muley Abdalah de Jordania, se produjo otro milagro. El Príncipe se enamoró locamente de la bailaora Rosita López, la Colmenera. Hizo de interprete entre Rosita y Su Alteza el limpiabotas Antonio Juez, cabo legionario recién licenciado y limpiabotas. El Príncipe, enloquecido de amor, hizo llamar a la Colmenera a su presencia. Y le soltó una parrafada. El legionario lo tradujo. «Rosita , dice Su 'Artesa' que tus brazos son como las palmeras cimbreándose con el viento». «¡Ohh, que cosa tan bonita. Dile a Su 'Artesa' que gracias, que me ha emocionado». Su Alteza era lento en la creación de metáforas. Y volvió a hablar. El legionario tradujo: «Rosita, que dice Su 'Artesa' que te mueves como las gacelas sobre las dunas». «Ohhhh, qué cosa más bonita. Dile a Su 'Artesa' que me muero de la emoción». Y, finalmente, después de una larga meditación, el Príncipe jordano culminó su presumible seducción: «Rosita, dice Su 'Artesa' que tus labios son tan dulces como los dátiles maduros y que él daría todo lo que tiene por comprobarlo». Y ahí, Rosita la Colmenera, endureció el gesto, movió la cabeza con dignidad, y respondió: «Legionario, dile de mi parte a Su 'Artesa', que serviora no folla».

Otro milagro. Pero de menor intensidad que el de Federico Mayor Zaragoza.

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