Renunciar sin mérito
Una empresa capaz de insultar la fe, la creencia y la tradición de millones de españoles es muy probable que meta en sus hamburguesas gato por liebre
Jaime de Mora y Aragón –Jimmy Mora–, que era un personaje simpatiquísimo, me confesó durante una cena en el Marbella Club, que había renunciado, con carácter definitivo, a comer espinacas. Ante ese alarde de coraje y dominio de sí mismo, le comenté mi meritoria promesa.
Que si el Real Madrid ganaba la Liga, renunciaría para siempre a la equitación. Ganó el Real Madrid la Liga y no volví a montar sobre un caballo. Desde niño aborrecí la equitación, y Jimmy afeó mi impostura, pero como era sincero, a renglón seguido me reconoció que odiaba los platos con espinacas. Nuestras renuncias, pues, carecían de valor.
El Rey Francisco de Asís renunció con anterioridad a su matrimonio con la Reina Isabel II, al cumplimiento de sus obligaciones conyugales, y lo mismo hizo ella respecto a su forzado esposo. El pueblo de Madrid fue cruel con la enfermedad del Monarca, que no sólo le impedía la elevación de la fuchinga –como a Sabino Arana–, sino que le obligaba a miccionar sentado. Los poetas satíricos se cebaron en su desgracia.
Sacando su minga muerta,
Al amparo de una puerta
Lloriquea y hace pis.
O más cruel aún, y en esta ocasión para escarnio de Rey y Reina. Estos versos se atribuyeron a Gustavo Adolfo Bécquer, el limpio poeta de las Rimas y las golondrinas que no volverán, y autor, junto a su hermano, el notable ilustrador y pintor Valeriano Bécquer, del libro Los Borbones en Pelota publicado bajo el seudónimo de «Sem». Se le decía a Francisco de Asís «Paquito Natillas» en tertulias y mentideros.
Es de pasta flora,
Y orina en cuclillas
Como una señora.
No usa del bidé,
Como hombre se peina
Y orina de pie.
Claro, que hay renuncias de todo tipo. Tan meritoria como la de no montar a caballo, sumo a mi haber de entereza, la promesa de no entrar jamás en un establecimiento de Burger King. Y menos aún, de ingerir un producto de esa prescindible marca. Falsa renuncia, por cuanto nunca me he sentado en un Burger King y jamás he probado un producto de esa prescindible marca. Tan prescindible, que he prescindido de ella desde que nací y he vivido sin ella bastante bien.
Esta Semana Santa, la empresa prescindible y prescindida, se ha anunciado con una campaña de publicidad asquerosa, insultante, vomitiva, y despreciable, al menos para los cristianos, que somos mayoría aplastante en España. En uno de los carteles usa de las palabras de la Consagración.
«Tomad y comed todos de él, que no lleva carne». Con los de Mahoma no se atreven, porque están acostumbrados a las reacciones siempre pacíficas de los católicos. Ingenios de las redes han respondido con una campaña de publicidad paralela. «Si hay comunistas con chalé de lujo, también puede haber hamburguesas sin carne». «Si hay un político en Cataluña cuya familia ha robado 3.000 millones de euros y la Justicia no actúa, también puede haber hamburguesas sin carne». «Si hay presidentes ecologistas que viajan en Falcon y Superpuma, también puede haber hamburguesas sin carne». Y muchísimos mensajes más.
Me gustan las hamburguesas caseras, y las de los buenos restaurantes. Recomiendo las de Horcher que son insuperables. Pero no me fío nada –y ahora menos–, de las de Burger King. Una empresa capaz de insultar la fe, la creencia y la tradición de millones de españoles es muy probable que meta en sus hamburguesas gato por liebre.
Claro, que esta Semana Santa ha resultado extraña. Como es de suponer, el que usa el Falcon sin sonrojarse, no ha felicitado a los cristianos la Pascua de la Resurrección, costumbre que mantiene en exclusiva para felicitar el Ramadán a los mahometanos. Y el Rey de España ha roto con la tradición de su padre de acudir en familia a la Misa del Domingo de Resurrección en la catedral de Palma de Mallorca. No se trata de un insulto, pero sí de una decisión que indica nuevas costumbres en la Familia Real influidas desde las nuevas incorporaciones.
Pero aquí lo que tratamos es de renuncias y promesas, nada difíciles de cumplir a rajatabla. Burger King no ha perdido conmigo un cliente, porque he tenido el placer de no haberlo sido nunca. Me consta que va a perder muchos más de lo que el imbécil del responsable de sus campañas de publicidad ha calculado. Y de ser así, me alegraría profundamente.