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El observadorFlorentino Portero

Unas elecciones esclarecedoras

El sistema electoral francés está diseñado para que las corrientes extremistas queden fuera, pero todo tiene un límite. Veremos qué ocurre en las próximas elecciones legislativas y qué margen de autonomía le queda al presidente recién reelegido

Actualizada 02:03

La historia política francesa es apasionante por muchas razones. Entre otras, por lo que tiene de innovadora y adelantada. Mucho de lo que ocurre en Francia presagia lo que pasará en otros estados europeos tiempo después. Las elecciones presidenciales recién finalizadas, tras las dos vueltas previsibles, nos aportan mucha información, sobre todo si, como hacía nuestro editorial de ayer, se analizan en perspectiva histórica.

La primera vuelta nos proporcionó una formidable fotografía de la sociedad francesa, organizada en tres grandes bloques. Los viejos partidos que dieron forma a la V República y que se cohesionan en torno al «consenso socialdemócrata» han acabado reuniéndose tras el liderazgo de Macron. Defienden la continuidad: globalización, europeísmo y atlantismo. La clave reside en el convencimiento de que Francia puede continuar generando riqueza si se incorpora correctamente a la IV Revolución Industrial, pudiendo así mantener su modelo de «estado de bienestar».

A su derecha Le Pen ha conseguido reunir los restos de la extrema derecha procedente de Vichy con las víctimas de la globalización y de la incipiente revolución industrial. Buscan una nueva vía a partir de fórmulas antiguas: nacionalismo, proteccionismo, refuerzo identitario, control de la inmigración. Ven a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica como amenazas al ser original de Francia, por lo que promueven una revisión en profundidad de su presencia en ellas. Se sienten próximos a los adalides de la «democracia iliberal» y no pueden ocultar su estrecha relación con Rusia.

A la izquierda ha aparecido un nuevo movimiento, con similitudes con Podemos, que adelanta el surgimiento en toda Europa de formas alternativas de entender la política en Occidente. Sus bases no son obreras. El mundo obrero y sindical está mayoritariamente con Le Pen, tratando de mantener en pie las ruinas del modelo empresarial de la III Revolución Industrial. Son clases medias urbanas, muchos jóvenes, que se sienten excluidos del modelo de bienestar en el que crecieron. El mercado de trabajo es otro y, o no encuentran lo que buscan y si lo hallan es en condiciones que rechazan. Coinciden con los votantes de Le Pen en cuestionar tanto la Unión Europea como la Alianza Atlántica, organizaciones propias de lo que hoy se entiende como globalización, y promueven un estado mucho más intervencionista que les garantice el anhelado bienestar. Además, comparten con Le Pen sus simpatías por Rusia.

La suma de los seguidores de Le Pen y de Mélenchon conforman mayoría. En otras palabras, la mayoría de los franceses cuestiona la presencia de su país en la Unión Europea y la Alianza Atlántica, considera que la globalización es una amenaza y ve con muchos reparos los primeros pasos de la IV Revolución Industrial. El sistema electoral francés está diseñado para que las corrientes extremistas queden fuera, pero todo tiene un límite. Veremos qué ocurre en las próximas elecciones legislativas y qué margen de autonomía le queda al presidente recién reelegido.

Porque Francia va por delante de otras naciones europeas conviene estudiar lo que allí está ocurriendo y valorar las similitudes, que son muchas. Macron consiguió lo que Rivera intentó, gracias a que Fillon quedó fuera de la carrera presidencial por un escándalo administrado cuidadosamente. Rivera estuvo cerca de superar al PP, pero la llegada de Casado logró evitarlo. Iglesias pudo convertir a Podemos en la fuerza hegemónica de la izquierda, lo que no llegó a suceder gracias a su incompetencia y a la de sus singulares colaboradores. Vox aspira a desplazar al PP a base de reivindicar un discurso nacionalista y denunciar sus políticas, pero sin aclarar las suyas.

En Bruselas han respirado tras conocer los resultados, pero no se engañan sobre los retos e incertidumbres que tienen ante sí. La Unión Europea es el instrumento del que disponemos para afrontar la IV Revolución Industrial. La alternativa es la decadencia. Ni el nacionalismo, ni el proteccionismo, ni el intervencionismo ni las nuevas corrientes antidemocráticas pueden servirnos de guía para transitar por una nueva época.

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