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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Los tíos

A eso que se llama la menstruación, estrictamente femenino, se le aplicaban nombres de tíos varones, lo cual no deja de ser sorprendente

Actualizada 01:54

Éramos diez hermanos. Ocho varones y dos mujeres. En nuestra familia jamás se habló de eso que tanto le preocupa a Irene Montero y que actúa en el sexo femenino, con o sin dolores, con cadencia mensual. Usando del lenguaje de aquellos tiempos de nuestra infancia, libre de la corrección política, hablar de eso era propio de chachas. Mi desconocimiento de sus funciones, inconvenientes y pormenores era tan acusado, que hasta muy avanzada mi primera juventud no intuí de qué se trataba. En muchas familias «bien», ese episodio natural que visitaba a las niñas de aceptable cuna y colegios de monjas, se sustituía por diferentes tíos. Me explico. Con 18 años, yo era feísimo. A mi natural fealdad se sumó un repugnante acné juvenil que durante un tiempo me proporcionó el humillante apelativo del «Paellas». Orejas muy despegadas. Mi gran amigo y compañero del colegio Javier Barcáiztegui, «Barca», extraordinario dibujante e ilustrador que firma con el seudónimo de «Barca», me inmortalizaba como una oveja. Y otro compañero, de San Sebastián, Eugenio Antonio Egoscozábal, lector de Voltaire y Diderot a los 16 años, se sacó del caletre una adivinanza versificada que ayudaba muy poco a la consecución de mi autoestima. –¿Qué es el viento?/ Las orejas de Ussía en movimiento–.

No obstante, y a pesar de todas mis limitaciones, de mi fealdad, de mis orejas y de mis efímeros, pero numerosos granos, se produjo un milagro. Tenía servidor un enorme éxito con las chicas de mi edad, e incluso, mayores. Mis poemas vencían a mi deplorable estética, y llegué a tener, simultáneamente, seis novias. Tres en Madrid, una en San Sebastián, una quinta en Neguri, y la sexta, jerezana. Ninguna de las seis me habló jamás de esas puntuales guarraditas que tanto preocupan a Irene Montero y que son –el tiempo y la experiencia me ha demostrado que inevitables– bastante molestas para las mujeres. Pero la gente normal y esas cosas vivíamos aparte. Nadie se refería a su llegada, y menos aún, a su salida.

Para no caer en el gusto infame, muchas familias aplicaban a esa presencia mensual, nombres de tíos. –No puedo salir hoy porque estoy con el tío Agapito–. Y yo lo aceptaba con enorme comprensión y deportividad, si bien a la del tío Agapito le devolví el rosario de su madre y me quedé con todo lo demás, porque tener tíos que se llamen Agapito le impedían la oportunidad de llegar a ser la madre de mis hijos. Las tres restantes de Madrid, si se sentían inseguras con la visita mensual, renunciaban a ir al cine o a la discoteca de moda –La Boite, Gitanillo's , el King, o Tartufo–, por la imprevista visita de tío Eugenio, tío Andrés y tío Ramón, la de San Sebastián, por la presencia de tío Javier, la de Neguri, por no hacerle un feo a tío Ignacio, y la de Jerez, por culpa de tío Beltrán. Al cabo de los años me he dado cuenta de la injusticia. A eso que se llama la menstruación, estrictamente femenino, se le aplicaban nombres de tíos varones, lo cual no deja de ser sorprendente. Pero no exijo reparación alguna porque con las nuevas leyes por mucho menos se termina en la cárcel ocupando las celdas que han dejado vacías los asesinos de la ETA.

Ahora, la de los 20.000 millones de euros disponibles en cochinadas, ha sacado adelante un derecho que ya estaba incluido en nuestra legislación. Cosas de chachas.

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