Respetando el golpismo
Tras más de cuarenta años de democracia y uno de los estados descentralizados más avanzados del mundo, la culpa de los ataques a la legalidad y a la Constitución es de la derecha y no de los agresores, según Pedro Sánchez
Hasta al propio Pedro Sánchez le pareció algo excesiva su frase y lo intentó arreglar sin éxito en la réplica, pero la había dicho con toda claridad, y no fue un error ni un lapsus. «Ustedes dicen que lo volverán a hacer y yo lo respeto», le dijo el jueves a una diputada independentista que había amenazado con volver a repetir el golpe de Estado en Cataluña. Algo que, por otra parte, los diputados independentistas, socios de Pedro Sánchez, repiten en prácticamente todas las sesiones del Congreso.
He aquí que el presidente del Gobierno de España respeta el delito y respeta el golpismo. Inaudito, difícil de creer y, sin embargo, cierto. Es parte de la degradación democrática a la que han llevado a Pedro Sánchez sus pactos con los independentistas. Una espiral interminable de cesiones, desde los ceses de altos cargos, pasando por los indultos, hasta el último pacto del PSC para incumplir la sentencia del TSJC sobre el castellano en la educación. Una pérdida completa de sentido de Estado y una inquietante relativización de los controles democráticos.
Pero hay una causa profunda de esta deriva, que ha atravesado toda la democracia, y que, en lugar de superarse, ha sido agravada por el sanchismo. Y es esa pertinaz duda de la izquierda sobre las respuestas al nacionalismo radical, esa incapacidad para afrontar su resistencia a respetar el Estado de las Autonomías y la legitimidad de nuestro Estado de derecho. Y que también influyó en las actitudes del socialismo en la lucha contra el terrorismo. De un lado, objetivos de ETA, y de otro, tantos y tantos políticos, intelectuales y periodistas de la izquierda arremetiendo contra los activistas de los movimientos sociales antiterroristas, porque, decían, no entendían que había que dialogar con los asesinos.
Eso era también una aberración democrática, y Pedro Sánchez la ha llevado hasta el extremo, ahora con los independentistas. El jueves en el Congreso volvió a responsabilizar al PP del golpe de Estado en Cataluña: a ustedes les dieron un golpe en Cataluña, «porque no tuvieron la valentía de dialogar», afirmó. Una adulteración de principios democráticos elementales en la que el presidente del Gobierno de España exime a los delincuentes, los «respeta», y acusa a los defensores de la legalidad. No eran culpables los condenados por sedición y malversación, sino quienes los detuvieron. Y, en este caso, Sánchez no intentó matizar la frase, porque tanto él como sus ministros usan constantemente ese argumento.
Es la cultura política forjada en el antifranquismo que la izquierda no acaba de actualizar. De tal forma que, tras más de cuarenta años de democracia y uno de los estados descentralizados más avanzados del mundo, la culpa de los ataques a la legalidad y a la Constitución es de la derecha y no de los agresores, según Pedro Sánchez. Y este es el factor de fondo que tanto contribuye a mantener vivo el conflicto nacionalista. No es un problema del sistema autonómico ni del Estado de derecho, sino de una izquierda que legitima a quienes los atacan. Y no solo por la necesidad de sus votos, sino también porque el sanchismo es la versión más radical, la más retrógrada, del socialismo.