OTAN no, bases fuera
Hacerle la pelota a la OTAN, como el cateto que paga todas las copas en un bar de carretera para que le dirijan la palabra, vale de poco si gobiernas con amigos de Maduro y Putin
Todo el postureo de Sánchez se refleja en esa foto de compadreo con el jefe de la OTAN en un cortijo en Quintos de Mora, que el elemento usa para retiros espirituales y fiestecitas cuando las Marismillas o la Mareta le quedan algo retiradas.
Nada tendría de malo invitar a un vino y a chuletas a Stoltenberg si no tuviera luego ministros que atacan al vino y a las chuletas; nada de malo tendría reunirse en palacetes si luego no okupara también el de la Zarzuela; y nada malo tendría homenajear a la OTAN si luego no mantuviera en su Gobierno a los enemigos de la OTAN: Echenique y esa tropa quieren cantar el We are the world, pero les sale el Himno de Kampuchea, de los jemeres rojos.
Con Sánchez nos hemos acostumbrado a verle con las víctimas y con sus verdugos, sean cuales sean las víctimas y sean cuales sean los verdugos, pero llega un punto en que hay que plantarse: no se puede acudir a Ucrania a hacerse fotos con Zelenski mientras la mitad de su triste Ejecutivo vota, en el Congreso y en Bruselas, contra el envío de ayuda y armas a Ucrania.
No se puede homenajear a Lluch y pactar con Otegi. No se puede perseguir a Juan Carlos e indultar a Junqueras. Y no se puede organizar una cumbre de la OTAN y tener de ministros a espías de todo lo que la OTAN intenta mantener a raya.
Peor que tener unos principios equivocados es carecer por completo de ellos y hacer lo uno y lo contrario cada cinco minutos o a la vez, como hace este Sánchez nefasto homenajeando al jefe de la OTAN mientras su propio equipo prepara vuvuzelas, barricadas y antorchas para recibirle en Madrid.
Hacerle la pelota a la Alianza Atlántica, como el cateto que paga todas las copas en un bar de carretera para que le dirijan la palabra, es una confesión de culpa de quien tiene culpas ya irremediables: por mucho dinero ajeno que se gaste en cumbres internacionales, seguirá siendo el panoli que gobierna con amigos de Caracas, Moscú, La Habana o Teherán, ante el que todos se callan o se ponen a hablar del tiempo cuando aparece en el corrillo.
Hace cuarenta años España vivió una aguda polémica por la entrada en la OTAN, requisito previo indispensable para acceder a la Comunidad Económica Europea: Calvo Sotelo abrió ese camino y Felipe González lo remató, con su legendario cinismo para lograr un objetivo y que pareciera un accidente.
En 1982, con Franco flotando en el ambiente y un Golpe de Estado reciente, el postureo socialista tuvo cierto sentido, visto con perspectiva. Pero cuatro décadas después, con ministros que no habían nacido entonces y saben de la Guerra Fría lo que se resume en sus tontas camisetas de la URSS, paseadas con la bobería pija de quien nunca ha sufrido, es inaceptable que medio Gobierno siga enredado en el «Yankees go home» y en el «OTAN no, bases fuera» de Podemos.
Si no se van pronto a pintarrajear retretes con sus lemas púberes, Sánchez conseguirá el imposible de que la OTAN termine invadiendo a un Estado miembro. Aunque sea por Ceuta y Melilla y desde Marruecos.