El sanchismo pide patriotismo (risas en off)
Es algo así como ver a Chanel haciendo campaña a favor del burkini
Es sencillo. Lo puede entender hasta uno de esos alumnos multicateadores que van a pasar de curso sin pegar chapa sesteando con la Ley Celaá. Marruecos y Argelia se llevan a matar. Pero España no puede permitirse el lujo de enojarse con ninguno; por negocios, para contener las pateras y para que controlen a sus yihadistas. Por eso todos los presidentes de la democracia española se han cuidado mimar a ambos países manteniendo un delicado mecano diplomático. Hasta que llegó el elefante en la cacharrería, Sánchez, con dos ramplones ministros de Exteriores, Laya y Albares.
Instalado en su burbuja presuntuosa, Sánchez ofendió ya el primer día a Mohamed VI. En lugar de cumplir con la preceptiva visita inaugural de mandato a Marruecos, como habían hecho todos sus predecesores, consideró que le quedaban más chulas en su Instagram unas fotitos con Macron en el Eliseo. Mohamed calló y anotó.
El segundo error –palabra elegante para no utilizar una que acaba en «...gada»– fue traer de tapadillo a España para recibir tratamiento médico al líder del Polisario, archienemigo de los marroquíes. El autócrata alauita se vengó dando luz verde a las pateras, retirando a su embajadora en Madrid y abriendo la verja para un asalto a Ceuta. Además, hoy sabemos que en el clímax de aquella crisis alguien jaqueó el teléfono de Sánchez, por lo que ese alguien puede poseer información capaz de influir en la voluntad del presidente. ¿Fueron los servicios secretos marroquíes quienes se colaron con Pegasus en su móvil? Es una posibilidad que se ha esgrimido, nunca desmentida por el Gobierno español, que insólitamente salió a anunciar a bombo y platillo al mundo que su jefe había sido espiado.
Sánchez echa a Laya. Pero Marruecos sigue de morros. Así que finalmente, por lo que sea, por temor a otra invasión en las plazas españolas, o por los secretillos de su móvil, o por miedo a una oleada insoportable de pateras, lo cierto es que Sánchez da un giro radical y pasa de la chulería displicente con Marruecos al entreguismo absoluto. De un día a otro, vira la posición histórica de España y entrega el Sáhara a Mohamed VI sin exigir nada a cambio por escrito. Rompe así el equilibrio con Argelia, a la que logra poner del hígado. Pero nuestro Gobierno infantil y juvenil y su petulante ministro de Exteriores, Albares, insisten en asegurar a los españoles que no pasa na de na, que Argelia es «un socio fiable y un país amigo».
Ya, ya… El amigo fiable retira a su embajador en Madrid, abre la mano con las pateras y, finalmente, a la misma hora en que Sánchez se está pavoneando en el Congreso de su magistral acuerdo con Marruecos, los argelinos van y cortan las relaciones comerciales con España y amenazan con montarnos un lío con el gas en pleno torbellino inflacionista.
Conclusión: Sánchez, que se consideraba un genio de la diplomacia a la altura de Metternich, Talleyrand y Kissinger juntos, ha metido la zueca hasta decir basta. De hecho, el problema que ha creado resulta irresoluble para sus limitadas prestaciones. ¿Y qué hace entonces? Lo de siempre: que me lo arregle la UE (como la crisis con los fondos y la covid con las vacunas.) Y allá se nos va a Bruselas nuestro ministro Albares, más Napoleonchu que nunca, que dirían mis compañeros y sin embargo amigos Pérez-Maura y Ussía. Albares se muestra olímpico en la capital comunitaria y lanza a la oposición española una firme advertencia de entraña patriótica: «Me quedo perplejo al ver que se pide la comparecencia en el Congreso del presidente del Gobierno por una decisión unilateral de un tercer Estado. Por favor, ¡tenemos que ser España!».
Las risas en off resuenan por toda Europa. Un Gobierno aliado con los golpistas catalanes y con el partido de una banda terrorista independentista exige a la oposición constitucionalista que apoye a España. El sanchismo defendiendo el patriotismo español es algo así como Chanel haciendo campaña a favor del burkini.
Diplomacia de tebeo y un Gobierno de comedia. Pero el culebrón deja un sabor amargo, porque estos discípulos aventajados de Mortadelo, Filemón y el Superintendente Vicente toman decisiones que al final machacan nuestras vidas.
(PD: Sánchez ha mostrado una vez más su espléndida calidad humana señalando en su periódico de cámara a Albares como el culpable de la metedura de pata con el Sáhara. Eso sí, el diario socialista y del Ibex nos informa también de que magnánimamente no lo va a echar. Efigie de acero inoxidable la de Mi Persona: ¿Desde cuándo un ministro de Exteriores decide por su cuenta el mayor giro diplomático de España en 40 años?).