Pedro, ¿qué has hecho esta vez?
En la política exterior, donde no había un problema, lo ha creado y bien gordo
Dos años después de la pandemia, la mayoría de los gobiernos que desde entonces se han enfrentado a las urnas lograron revalidar su victoria. Los ciudadanos no les castigaron porque entendieron que la pandemia fue un acontecimiento excepcional e imprevisible que superaba la capacidad de gestión de cualquier administración. Los gobiernos lo pudieron hacer mejor o peor –sin duda el nuestro está entre los que lideran la segunda categoría–, pero los ciudadanos han hecho una valoración racional de lo ocurrido: no cabe exigir responsabilidad política por la gestión de un hecho global que desbordó cualquier pesadilla distópica.
Aún así, aquellos líderes que supieron gestionar mejor la catástrofe y fueron capaces de transmitir algo de seguridad en momentos de absoluta zozobra, han recibido su recompensa. Ahí está la última mayoría absoluta de Feijóo en Galicia, la casi absoluta de Ayuso en Madrid o los resultados que las encuestas auguran a Juanma Moreno en Andalucía.
La mayoría de la gente no espera milagros de sus gobiernos, ni transformaciones radicales, ni grandes batallas ideológicas. Incluso es capaz de entender y asumir medidas impopulares cuando son necesarias. Lo que la mayoría de la gente espera de su gobierno es que arregle lo que pueda, no estropee lo que funciona y no le cree más problemas de los que ya surgen en el día a día.
Sánchez ha demostrado su capacidad para hacer justo lo contrario: fracasó rotundamente en la gestión de la pandemia, ha deteriorado la envidiable herencia económica que recibió y está generando unos desequilibrios que nos acabarán pasando factura a todos. Y en la política exterior, donde no había un problema, lo ha creado y bien gordo.
Todos los gobiernos que ha habido en España han cuidado las relaciones con Marruecos y Argelia como lo que son: una pieza clave de nuestra política exterior. Todos los gobiernos han conseguido, no sin dificultades, mantener un equilibrio estratégico e imprescindible entre ambos enemigos declarados. Solo Sánchez tiene en su haber el dudoso mérito de irritar alternativamente a Marruecos y a Argelia, con las consecuencias que tenemos ante nosotros.
Un error inicial, la acogida al líder del Frente Polisario, ha derivado en una gigantesca bola de nieve de frivolidades, fallos de información y opacidad que ha terminado como siempre, llamando al primo de Zumosol europeo para que nos arregle el desaguisado. Como Von der Leyen tiene siete hijos debe estar acostumbrada a este tipo de conversaciones. Me la imagino al teléfono: «Dime, Pedro. ¿Qué has hecho esta vez?»
Hubo un tiempo en el que los gobiernos de España llegaban a Europa con propuestas para mejorar la relación con el Magreb. Pedíamos dinero para cooperación, hacíamos propuestas para mejorar la lucha contra la inmigración ilegal e impulsábamos tratados económicos. Ahora es justo lo contrario, ya no pedimos ayuda a Europa para mejorar las relaciones con el Magreb, sino para evitar las consecuencias de nuestra desastrosa política en la zona.