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HorizonteRamón Pérez-Maura

¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!

Esta perfidia histórica a la que nos somete Sánchez y que quiere imponer como ley para obligar a educar a nuestros nietos en la mentira está consiguiendo que unos jóvenes que sabían de Franco más o menos lo mismo que yo sabía de Nicolás Salmerón estén fascinándose con este gobernante que murió hace medio siglo

Actualizada 01:59

El Debate ofrecía ayer una pulcra crónica de Ana Martín –como es norma de la Casa y de la autora– en la que nos informaba de la intención del Gobierno de volver a sacar a pasear la memoria de Francisco Franco como forma de distraer la atención pública del inmenso batacazo electoral que ha sufrido el PSOE en Andalucía. En un momento en que la economía se va por el desagüe, que no podemos pagar la factura de la electricidad, que la cesta de la compra nos cuesta un 20-30 por ciento más que hace un año como consecuencia de una inflación disparada –aunque no refleja la realidad de los costes que pagamos en el supermercado– resulta que lo más relevante que tiene que hacer el Gobierno es convocar un pleno extraordinario del Congreso los días 12, 13 y 14 de julio para aprobar la mal llamada «Ley de Memoria Democrática».

Cuando una ley enuncia una mentira en su nombre, no haría falta perder mucho más tiempo con ella. La memoria es simplemente eso: el recuerdo que se hace o el aviso que se da de algo pasado. O, si se prefiere, una relación de algunos acontecimientos particulares, que se escriben para ilustrar la historia. Ambas acepciones están contempladas en el Diccionario de la Real Academia Española. Y como es evidente, ni esas dos ni las otras doce acepciones de la palabra «memoria» permiten adjudicarles un adjetivo como «democrática» porque el recuerdo que uno tiene o los acontecimientos que relata son los que son, ni democráticos ni totalitarios.

Lo más interesante de que el ministro Bolaños resucite este empeño totalitario es la prueba de lo preocupados que están en el PSOE con los resultados de Andalucía. Han comprendido que los españoles se han caído del caballo y perciben la realidad de forma muy distinta a como la veían hace un año o tres. Y es necesario distraer la atención y volver a hablar de cosas que no tienen ninguna repercusión real sobre nuestras vidas. Pero que contribuyen sustancialmente a que no prestemos atención a nuestros problemas reales. Hay alguien en el Gobierno que debe de creer que sus votantes son idiotas y se puede distraer su atención resucitando polémicas sobre Franco que están fenecidas.

Reconozco que cuando se produjo el traslado de los restos mortales del general al cementerio de El Pardo, creí que se equivocaban, entre otras muchas cosas, porque se quedaban sin una excusa a la que recurrir cada vez que tuvieran un problema. Lo que nunca pude imaginar es que, con aquel jefe del Estado enterrado en su nuevo emplazamiento, rodeado de la burguesía madrileña y con su capilla mortuoria llena de coronas de flores y de pancartas exaltando al difunto, esta pandilla de incompetentes que nos rige tuviera que volver a recurrir al muerto. Ni siquiera en la década de 1940, cuando los discursos más patrióticos acababan con los oradores proclamando «¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!» se ha invocado tanto el nombre de Francisco Franco Bahamonde como lo hace hogaño este Gobierno. ¿Les habla alguien de Franco a ustedes por la calle, en la peluquería o en el autobús? Confieso que a mí no. Supongo que alguno dirá que eso es porque estoy rodeado de una «burguesía fascista». Y eso que mi familia nunca estuvo alineada con el «caudillo», sino que siempre miró a Estoril. Cuando murió Franco en noviembre de 1975 en mi casa mis padres nos inculcaron que era un momento de ilusión, de enorme alegría, por la llegada del Rey. Y, sin embargo, esta perfidia histórica a la que nos somete el Gobierno Sánchez y que quiere imponer como ley para obligar a educar a nuestros hijos y nietos en la mentira está consiguiendo que unos jóvenes que sabían de Franco más o menos lo mismo que yo sabía de Nicolás Salmerón a su edad estén fascinándose con este gobernante que murió hace casi medio siglo. Qué inmenso eres, Sánchez. A moro muerto, gran lanzada.

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