Una duchada y otra no
Los duchados a favor de la vida tenemos que defendernos de los no duchados de la violencia y la opresión. Por razones más hondas que la simple pastilla de jabón
El domingo se convocaron en Madrid dos manifestaciones. Una, multitudinaria, a favor de la vida. Otra, numerosa, en contra de la OTAN. La primera, duchada; la segunda, sin duchar. La primera, esperanzada en el futuro, y más aún después de la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. La segunda, con el sudor, la suciedad y la estética del comunismo del siglo pasado. A ninguna de las dos, y resultó sorprendente en la primera, acudieron altos representantes del Partido Popular. Parece ser que Feijóo ha declarado que no tiene intención de derogar, si alcanza el poder y la mayoría suficiente para gobernar, la infame ley del aborto de la insufrible y obsesa –que significa otra cosa que obsesiva–, Irene Montero. Sí acudieron Jaime Mayor Oreja, María San Gil, el presidente de este periódico libre, Alfonso Bullón de Mendoza y centenares de miles de manifestantes llegados a Madrid y procedentes de toda España. El único dirigente de un partido constitucionalista, cristiano y conservador que se presentó con su plana mayor en la manifestación contra el aborto fue Santiago Abascal. No quiero decir con esto que el PP, como fuerza principal del conservadurismo en España, no se unió a la concentración. Decenas de miles de votantes del PP, como de Vox, como alguno de Ciudadanos, formaron parte de esa masa compacta, serena, educada y duchada que recorrió las calles de Madrid. Pero resulta desmoralizador que ningún representante de la cúpula popular, ahora que lo tienen mejor que nunca, diera un paso por estar presente en la modernidad, que no es otra cosa que el respeto y la defensa de los seres humanos a los que no dejan ver la luz y asesinan antes de su nacimiento. Sí, soy muy antiguo. Cuando uno se acerca al fin de la vida, disfruta defendiendo el derecho de los que van a nacer.
La otra, según las imágenes que he tenido la paciencia de contemplar, fue una manifestación chabacana, violenta de hígados enfermos, de gente fea, porque el odio, el rencor y el resentimiento, amén de la supina ignorancia, afean los gestos y los rostros. Por allí se movía un secretario de Estado del Gobierno de España, anfitrión de la cumbre de la OTAN, pidiendo la disolución de la OTAN. Coherencia. Y siempre con la mentira sesgada de «la paz». Para los comunistas, la paz significa que Ucrania abandone su defensa y se entregue a Rusia. Para los comunistas, la paz significa que por protestar contra su Gobierno miles de cubanos tengan que padecer veinte años de condena en sus cárceles con entrada y sin salida. Muy acusada diferencia entre las dos manifestaciones. La de la vida y el jabón, y la del comunismo y la caspa. En la primera, sonrisas y abrazos, y familias unidas. En la segunda, miradas de odio, agresiones a los representantes de la prensa libre –todavía queda, mal que les pese– y mensajes, eslóganes y gritos de otro siglo y el mismo fracaso. Antiguallas. Muchos de los manifestantes de la segunda han nacido en la libertad y no han conocido ni de lejos el terror de vivir en un régimen con la ideología más asesina de la historia de la humanidad. Sí, después de ella, el nazismo. El nazismo que, por otra parte, fue un movimiento nacional socialista y racista, muy coincidente con el comunismo en la exterminación de los judíos, los cristianos, los seres humanos considerados de razas inferiores, y los gitanos. Por esos ámbitos se mueven los nuevos comunistas, con los cristianos como fundamentales enemigos. He leído, y no sé si es cierto porque no sintonizo con la SER ni leo El País –más bien por aburrimiento, no por otro motivo–, que en un programa de esa importante cadena de Prisa se ha pedido la voladura con dinamita de la Cruz y la basílica del Valle de los Caídos, «y si es en domingo, mejor». Una tal Montserrat Dominguez o Domingo, directora de Contenidos, ha autorizado el vómito del odio. De ser cierto, los católicos españoles tenemos que estar preparados. Para todo.
Los duchados a favor de la vida tenemos que defendernos de los no duchados de la violencia y la opresión. Por razones más hondas que la simple pastilla de jabón.