Las gordas de Irene Montero
Solo Igualdad ve taras en mujeres normales para el resto. Pero si sale en Valencia una niña con problemas de verdad, agredida sexualmente, mira para otro lado
Irene Montero, que pasó de cajera a ministra, cobra un pastizal y dispone de una renta y de un patrimonio que la hacen merecedora del muy nobiliario título de marquesa de Galapagar, ha tenido una genial idea para acabar con la violencia que, sin duda, sufrimos los feos, gordos o tullidos cuando vamos a la playa y exhibimos nuestras carnes imperfectas: lanzar un anuncio donde aparece una representante de lo que para Igualdad son taras y para el resto no, para rematarlo con un glorioso lema:
«El verano también es nuestro».
De no ser por la enérgica reacción de Montero, en sí misma ejemplo de la marginación y dificultades que padecen las mujeres en España, las bañistas nacionales con menos opciones de desfilar en Cibeles sufrirían un año más esa triste escena que todos hemos visto mil veces y ninguno, cobardes que somos, fuimos capaces de replicar.
La de escuadrones de machistas convenientemente apostados en las entradas a calas, piscinas y lagunas de toda España, secundados por francotiradores albanokosovares, dispuestos a impedir el acceso de toda mujer que, a sus envenenados ojos de ministra, sea un adefesio.
Es muy probable que la genial campaña haya contado con la participación de Vicky, Lilith, Pam y otras chicas del montón y que, en imprescindible compensación al esfuerzo realizado, ahora disfruten de un merecido asueto de dos meses, tal vez con una discreta excursión a Nueva York en su inclusivo Falcon en el que no deberían descartar la presencia de Yoli, si no la pilla sumando.
Porque aunque una parte de la sociedad española trata con desprecio y guasa a las partisanas de Irene, su aportación a la igualdad es impagable y algún día tendrá el reconocimiento que tantas gestas incomprendidas merece.
Con ellas las mujeres pueden, al fin, ir a la playa, vestirse corto, tener barriga, votar en unas elecciones, buscar trabajo, salir de noche, llegar de día, comprar un coche e incluso conducirlo o hasta meterse en política.
Sin ellas, en fin, la mujer seguiría siendo en España una víctima integral de unas fuerzas masculinas pandémicas que, al menor descuido, se derriten por ti con ese impulso fascista llamado amor, con las repugnantes excepciones de esos sinvergüenzas a los que todos partiríamos la crisma y de esos no tan minoritarios imbéciles que, chicas, os siguen considerando inferiores.
Defender a mujeres que no lo necesitan, o no lo necesitan así; trivializar los evidentes problemas que aún se sufren por ser chicas sin necesidad de hacer una caricatura global; librar guerras de sexo imaginarias mientras se pierden batallas reales como el paro femenino y pasear la estúpida arrogancia de creerse pioneras y salvadoras de tantas madres y abuelas que abrieron el camino que todas estas petardas disfrutan; es indignante.
Pero hacerlo dos semanas después de haber despreciado, humillado y abandonado a una víctima de verdad, la menor de edad valenciana agredida durante años por el marido de Mónica Oltra mientras dormía en un centro tutelado, es repugnante.
Aquí nadie llama gorda a una gorda en la playa, porque todos somos gordos, cojos, feos, viejos o torpes de algún modo y solo los idiotas lo ignoran. Pero vosotras, guerrilleras, sí habéis llamado puta a una niña que no se desnudaba voluntariamente ante un cerdo de vuestra pocilga. Irse a Parla, que tiene una playa que ni en Cuba.