Otra ocurrencia de Sánchez
Idear que un camarero sirva la comida a los comensales a 27 grados garantiza que los platos lleguen condimentados con gotas de sudor del pobre empleado cuyos derechos humanos no se encuentran entre las prioridades de Pedro Sánchez
Corría octubre de 1990. El mundo estaba en guerra. Una guerra desatada por Irak, que el 2 de agosto anterior había invadido Kuwait. Una gran coalición internacional encabezada por Estados Unidos se disponía a responder a la agresión que había provocado una tragedia humana con cientos de miles de refugiados. Muchos de estos, principalmente indios, se había asentado en Jordania, en campos de refugiados, mientras conseguían regresar a su país de origen. El Gobierno español encargó a la compañía Iberia la realización de unos vuelos humanitarios para llevar a esos refugiados de Amán a Bombay.
En aquellos días yo era corresponsal de ABC en eEl Cairo y el diario me encargó hacer un reportaje sobre uno de esos vuelos. Era un tiempo en el que la dependencia del petróleo condicionaba al mundo entero. La amenaza energética que representa para España la guerra de Ucrania es una broma comparada con la dependencia que teníamos entonces del petróleo que debía salir del golfo Pérsico por el estrecho de Ormuz.
Volé a Amán para unirme al equipo de Iberia. Llegué de noche y me dirigí a mi hotel en taxi por la autopista de varios kilómetros que unía el aeropuerto de la capital con Amán. En un momento de crisis energética mundial, Jordania, un país pobre que producía cero barriles de petróleo, tenía iluminada toda la autopista con unas farolas que casi cegaban a los conductores. El gran Rey Hussein tenía claro un principio: había que mantener la dignidad como nación.
Aquí, en cambio, Pedro Sánchez y sus mariachis quieren que perdamos toda dignidad y hasta que apaguemos los escaparates y las calles por la noche. Lo que no hacía Jordania en 1990 y en una crisis mucho peor, lo vamos a hacer nosotros en 2022. No paramos de mejorar. Esta ocurrencia se ha complementado con el control del uso del aire acondicionado. Algo prácticamente imposible de poner en práctica. Y, como es lógico, ha generado el rechazo de unos y otros. Cuando ha replicado Díaz Ayuso, el Gobierno se ha lanzado contra ella. Pero cuando lo ha hecho Íñigo Urkullu, Moncloa no ha chistado. El PNV tiene barra libre para decir lo que le pete porque sus votos son imprescindibles para casi todo.
Escribir sobre el calor desde Santander tiene la ventaja de que aquí es poco común encontrar casas en las que haya aire acondicionado. Ni comercios o restaurantes. Simple y sencillamente porque aquí no es necesario. La media de la temperatura veraniega está bien por debajo de los 27 grados a los que se quiere someter a las oficinas y en locales públicos. A mí me ha llamado la atención esa temperatura por algo que vivo a diario en mi domicilio madrileño en el barrio de Chamberí. Cuando vuelvo de trabajar y entro en la biblioteca donde paso horas cuando estoy en casa, el termostato suele marcar 28 grados tras un día al sol y sin aire acondicionado. El calor es insoportable ni en mangas de camisa. Pretender que con sólo rebajar un grado se puede hacer una vida normal es absolutamente ridículo. Creer que se puede hacer un trabajo físico o intelectual a 27 grados es querer capar toda productividad en España. Idear que un camarero sirva la comida a los comensales a esa temperatura garantiza que los platos lleguen condimentados con gotas de sudor del pobre empleado cuyos derechos humanos no se encuentran entre las prioridades de Pedro Sánchez.
La única prioridad del presidente del Gobierno es generar una ocurrencia cada día.