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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Bandas latinas

En España hay 627 bandas juveniles, latinas o no, que son la punta del iceberg de una degradación general de la convivencia en las ciudades

Actualizada 10:19

En Alcalá de Henares, los chavales en edad de merecer saben que no deben pasar por un céntrico parque las noches de fin de semana. Allí abrevan pandilleros de toda laya, autóctonos o importados del vecindario gracias a los servicios de Cercanías, el transporte utilizado por las bandas para desplazarse como termitas agrupadas por toda la Comunidad de Madrid.

A nadie le ha sorprendido la batalla campal televisada para toda España en las fiestas complutenses, solo minimizada por un alcalde irresponsable más pendiente de su trasero que de entender la dimensión del problema y adoptar, o pedir que se adopten, las medidas necesarias.

Que no están en su mano, al menos en su totalidad: Ayuso, Marlaska, Llop y el Parlamento tienen las respuestas a un inmenso problema que escapa de las manos torpes o diligentes de cualquier regidor doméstico y requieren de herramientas legislativas y recursos policiales ajenos a las competencias municipales.

Cada fin de semana, o en cada fiesta, vemos episodios similares de violencia, entre grandes grupos o pequeñas manadas, con muertos, apuñalados, amputaciones, navajazos y palizas que son el terrible clímax de un problema de fondo ya endémico y cotidiano: las calles, sobre todo en los barrios más humildes, son una pequeña Gomorra de suciedad e inseguridad, donde viven acongojados miles de vecinos (tantos de ellos mayores) por la asfixiante sensación de que algo les va a pasar en cualquier momento.

Nuestros padres y abuelos ven sus barrios con temor, por peligros de baja intensidad que acumulados generan sin embargo miedo; y nuestros hijos se lanzan al ocio nocturno dejándonos el corazón en vilo hasta que suenan las llaves de madrugada y vuelven al nido con su sueño y el nuestro pendiente.

Las bandas juveniles existen, y las latinas también, compuestas por cierto por españoles a menudo, para aquellos que se limitan a denunciarlas para construir un relato empobrecedor sobre el origen foráneo del mal y para aquellos, también, que en el viaje de no estigmatizar a nadie por su nacionalidad, avalan la impunidad con ese buenismo estúpido que busca con denuedo falsos enemigos mientras indulta a culpables de carne y hueso.

En España hay 627 bandas juveniles organizadas, según la memoria del Ministerio del Interior, de las cuales 87 son latinas, 334 de extrema izquierda y 82 de ultraderecha. ¿No es suficiente para tomar medidas contundentes?

¿Qué nos ha pasado para que la seguridad y la limpieza, que son los dos pilares de la convivencia y las mayores preocupaciones de cualquier vecino corriente, se hayan degradado hasta un punto vergonzoso y reivindicarlas parezca ya un exceso ideológico?

¿Cómo es posible que vivamos preocupados por nuestros mayores y nuestros niños a la vez, que son los dos grupos cuya protección define la calidad de una sociedad o su decadencia definitiva? ¿En qué momento perdimos la posibilidad de debatir de todo ello con calma, sin maximalismos ni censuras, con datos, hechos y propuestas que desemboquen en una solución en lugar de en una bronca tertuliana y otra política? ¿Y qué demonios ha ocurrido para que el consenso social, las líneas rojas y las respuestas conjuntas se hayan difuminado hasta el punto de ponerlas en almoneda?

El orden, la disciplina y la ley no son valores conservadores o progresistas, sino el tablero de juego imprescindible para desarrollar el resto de expectativas democráticas del ser humano. Pero algo gordo nos ha ocurrido para que, cuando un imbécil saca el machete, nos preguntemos primero si no será él la víctima del sistema.

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