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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Lo igual es lo distinto

La lengua lo hace a usted. Con un despotismo inviolable, fuera de cuya combinatoria sólo hay delirio. Siempre le queda, claro está, el recurso de retornarse con las bestias

Actualizada 09:20

Lo igual se dice de lo distinto. Siempre y necesariamente. Platón puso en esa sencilla fórmula el nacimiento de la filosofía, que no es más que una reflexión sobre las paradojas del lenguaje. De no ser distintas, dos cosas no podrían ser llamadas iguales. Sencillamente, porque no serían dos cosas; solo una. Y para cada cosa concreta se necesitaría una palabra concreta. Lo que es lo mismo: nada podríamos decir de nada.

Leyendo en El Debate el genial hallazgo de los manuales que aleccionarán a nuestros escolares en una lengua «de género» que sexualice individualmente cada palabra y cada cosa, me ha venido a la mente la desesperación con la que el pobre filósofo ateniense hubiera topado si se le terciara hablar con uno de nuestros tan innovadores pedagogos: este diálogo de besugos, más o menos.

–Le veo a usted ocupado en medir la hipotenusa de ese triángulo rectángulo, cuya longitud de catetos conoce, recurriendo a una cinta métrica.

–Así es, cada triángulo concreto es distinto. Para cada uno de ellos debe ejercerse, pues, una medición diferenciada.

–Pues mire, váyase a su casa y vuelva cuando sepa que, en geometría como en cualquier otra disciplina, se opera solo con abstracciones.

–Perderíamos la riqueza de lo concreto. La que nos da el placer de llamar a cada cual por su diferencia. Porque me reconocerá usted que no hay dos individuos iguales: hombres, mujeres, gordos, flacos, rubios, altos, bajitos…

–Así es. Por eso no hablamos de individuos, sino de palabras. De formas generales –los griegos de mi tiempo las llamábamos «ideas»–, que nos permitan ir estableciendo pacientes determinaciones. Si tuviese usted que medir con una regla cada hipotenusa que se le presente, sería muchísimo más práctico que se echase a dormir la siesta.

–Puedo estar de acuerdo en que su método es admisible en matemática. Pero es intolerable que pretenda extenderlo al modo en el que hablamos de los individuos reales.

–No lo crea. La matemática –los griegos hablaríamos solo de geometría– es la variedad límite de un lenguaje bien hecho: el que fija abstracciones para catalogar individuos.

–Las abstracciones no existen.

–¿De verdad? Veamos. A eso que tiene en la mano, lo llama usted vaso. ¿Cómo llama a esto que tengo en la mano yo?

–Vaso.

–¿Son el mismo objeto, pues?

–Son parecidos.

–¡Ah, «parecidos», enigmático término!¿En qué son parecidos? En el color, por ejemplo, mi vaso de leche se parece más a mi camisa blanca que a ese rojo vaso de vino que usted está acercando a sus labios.

–Son semejantes en algún aspecto.

–Y distintos en otros. Somos usted y yo quienes los acuñamos en una forma: la palabra común que a una infinitud de cosas distintas llama «vaso». Sin esa abstracción, ya me dirá cómo sería posible hablar poniendo una palabra diferente para cada cosa, o incluso diferentes palabras para los distintos momentos y lugares de cada cosa.

–No sería fácil, lo reconozco.

–¡Qué va! Sería facilísimo. No podríamos hablar. Lo cual tal vez resultara muy beneficioso. Para usted, al menos.

–¿De qué podremos hablar, entonces?

–De lo que unifica verbalmente las pluralidades: de abstracciones. Que la lengua impone y la sintaxis codifica.

–Pero, ¿no soy acaso yo quien hago la lengua que hablo a mi antojo y con los géneros que bien me pete?

–Me temo que no, hijo. Es exactamente al revés. La lengua lo hace a usted. Con un despotismo inviolable, fuera de cuya combinatoria sólo hay delirio. Siempre le queda, claro está, el recurso de retornarse con las bestias. Encantadoras, por cierto. Y rebuznar de un modo individuado, diferente para cada momento, no sometido a abstracción tiránica. Puede que no sea tan malo. Usted decide, desde luego. Sobre géneros, números, concordancias… Y rebuznos. Pero aquí, en mi Academia, nadie entre sin saber dos cosas: que todo es geometría y que lo igual se dice solo de lo distinto.

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