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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Y si se muere ahora Don Juan Carlos?

Moncloa y Zarzuela dicen en privado que todo lo que hacen, por confuso que parezca, es por su bien. Pero pueden provocar un problema de Estado si el Rey termina su vida en el destierro

Actualizada 06:21

La estatura institucional de la Reina Isabel II es tan evidente como difícil de aceptar para un buen español, que orina mirando a Inglaterra o a Francia, en su defecto, por razones históricas.

Es perfectamente compatible reconocer los méritos de una gran dama, aunque luego no los sepas enumerar, con sentir los mismos retortijones por alabar a un inglés que Monedero por valorar a Thatcher o a Reagan, pero con razón.

Los ingleses son esos tipos a medio cocer que, cuando ven niebla en el Canal de la Mancha, dicen que «el continente está aislado», y han competido con Francia a lo largo de la historia por humillar, vencer, denigrar, insultar y minusvalorar a los españoles, tarea en la que solo han sido superados por el actual Gobierno de España.

Quizá por eso la figura de la Reina ha suscitado tantas adhesiones inquebrantables entre la nacionalprogresía, que es capaz de hacerse camisetas con la efigie de Pepe Botella para celebrar el 2 de mayo si con ello ofende a Ayuso, como es capaz de ponerse del lado de Moctezuma o Mohamed VI si con eso deprecia a la misma España de la que vive a cuerpo de Rey.

Ahí tienen a Echenique como gran ejemplo: un tío que en Argentina dispondría de un orinal y una caja de pañales como toda atención a su terrible enfermedad pone a escurrir a diario al país que le ha ayudado a ser, con su conmovedor esfuerzo, científico, diputado y monologuista faltón a tiempo parcial.

Pero puede haber otra razón para este despliegue de melaza ante una Reina que, siendo fantástica, también es invasora: Gibraltar no ha variado de estatus con ella y sigue siendo un pedrusco colonial anacrónico que Sánchez, pese a creerse Kissinger cada vez que trinca el Falcon, no supo recuperar aprovechando el desprecio británico a Europa con el Brexit.

Y esa razón tal vez sea dañar otro poco a la Corona española, contraponiendo el comportamiento de los Windsor, presuntamente ejemplar, a la falta de probidad de los Borbones y comparando a Isabel II con Juan Carlos I para, en realidad, demoler otro poco a Felipe VI.

Huelga insistir en que la Monarquía Parlamentaria representa mejor los valores republicanos clásicos que la República guerracivilista propugnada por tanto ágrafo con despacho.

Y sobra también recordar que, a cada error o escándalo cometido o adjudicado a la Casa Real española, se le puede contraponer otro de mayor enjundia sexual, económica, política e institucional de su homóloga británica. Y que en ambos casos esas sombras son tenues al lado de las luces que iluminan sus caminos.

Quien está dispuesto a aceptar esa evidencia no necesita recordatorio. Y con quien le dan igual los hechos no merece la pena desgastar la mui, por esa idea orteguiana de que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.

Pero sean monárquicos, republicanos o revolucionarios, a todos sí les incumbe una pregunta que vuelve a plantear la muerte de Her Majesty, de esa linda chica de la canción de The Beatles cuya dimensión retratan como nada la maravillosa serie The Crown y su sintonía con Churchill, mayor que la del mítico primer ministro con su propio Gobierno.

¿Qué piensan hacer con Don Juan Carlos? El cambio de Gobierno, que ocurrirá a finales de 2023 y será tras goleada a Sánchez, facilitará un retorno tranquilo, como mediopensionista con doble residencia discreta y un poquito de la paz que aquí se le da hasta a Txapote y Parot.

Pero pasa eso queda un año largo y el Rey, que ha pagado en oprobio y destierro sus errores como nadie, tiene 84 primaveras. Y si se muere entre dunas y camellos, tendremos un problema de Estado formidable.

Así que la pregunta oportuna, gracias a Isabel, es si a su primo le van a dejar morir en el exilio o le van a poner al asunto, por una vez, un poco de flema británica. Me consta que ni Moncloa ni Zarzuela pretenden otra cosa, por mucho que los gestos aparentes sugieran lo contrario, pero quizá con eso ya no les llega.

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