Viggo, ¿por qué no te callas?
Viggo sigue la estela de la recua de actores y directores que pierden seguidores a chorros por la superioridad moral que destilan
Hace poco, un distribuidor de cine español me contaba con impotencia cómo el fanatismo de algunos actores y directores (españoles fundamentalmente) tiraba por la borda, en cualquier evento con prensa, todo el trabajo hecho para promocionar una película con solo abrir la boca y vomitar todo su sectarismo contra los que no comparten el pensamiento único de izquierdas en el que abrevan la mayoría de los miembros del sector. El empresario hablaba en concreto de Alberto San Juan, un pésimo actor que cada vez que se le pone un micrófono por delante humilla e insulta, como poco, a la mitad de la población española y, en todo caso, a potenciales consumidores de su cine que, claro está, se conjuran para no pagar ni un euro más por verle.
En la cofradía de San Juan militan otros, como Willy Toledo, Pedro Almodóvar, Javier Bardem, Luis Tosar y no sigo porque me quedaría con un reducido grupo de actores representantes del arte, no del Twitter y la polémica. Sería de agradecer que estos rapsodas actúen y dejen de ofender al público del que viven (aparte de alguna subvención que pagamos todos, los ofendidos y los que creen que no lo son), que se dediquen a lo suyo y no a sermonear sobre el progresismo desde fabulosos yates, mansiones en Hollywood o campañas multimillonarias de relojes o bolsos de alta gama, naturalmente todos al alcance de los currelas a los que dicen defender estos populistas de escena. A esa nómina de impostores se ha unido últimamente Viggo Mortensen, un actor norteamericano que ha dilapidado todo su prestigio para sumarse a la causa, facilona y cutre, de atacar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Como si fuera experto en gerontología, este actor norteamericano ha arribado a la playa del progresismo español donde atacan a Ayuso los que no han logrado derrotarla en las urnas. Pero ya viene de vuelta del independentismo catalán. Desde su cuenta corriente del paseo de la fama, se ha afilado a Òmnium, cuyo líder, Jordi Cuixart, estuvo en la cárcel por dar un golpe de Estado en España. Su alistamiento en el separatismo tiene una razón de peso: emparejado con Ariadna Gil, ha seguido los pasos de su suegro, un activista indepe afín a la Cup. No me pregunten por cómo casan las camisetas mugrientas de estos antisistema con las mansiones en Malibú, pero lo cierto es que hay una metafísica ignota que marida estas cosas.
Mortensen es un buen actor que ha firmado actuaciones prodigiosas como en la oscarizada Green Book, El señor de los anillos o Alatriste. Sin embargo, ahora se dedica a decirnos a los madrileños que nuestra presidenta es una nazi porque dejó morir a los ancianos en las residencias durante el confinamiento. Seguramente, las comunidades autónomas pudieron hacerlo mejor, pero Alatriste olvida que uno de sus referentes ideológicos, Pablo Iglesias, se autoerigió en salvador de los más mayores, para lo que convocó una rueda de prensa, en la que prometió que le dejaran a él, pista al artista, solucionar el holocausto. Desde ese día no movió un dedo, ni tomó una decisión, ni reunió a nadie: nada de nada. Claro que tenía buen maestro: su jefe, Pedro Sánchez, negó la pandemia, permitió un festival feminista en el que se contagió medio Gobierno, y hoy es todavía el día en el que miente sobre los fallecidos por covid y su ministra de Sanidad ha dado por superada la pandemia con 74 muertes diarias. Pero la culpa la tiene Ayuso.
Viggo sigue la estela de la recua de actores y directores que pierden seguidores a chorros por la superioridad moral que destilan. La mayoría por ejercer de talibanes, mientras ni pío dicen de lo que hacen otros talibanes en Afganistán o sobre la violencia islamista contra los escritores que no opinan como ellos. Viggo, ¿y del ataque a Salman Rusdhie no tienes opinión? ¿Solo de Ayuso?