Periodismo cordial
Finalizada la charla, un Fortes –Xabier, según él–, complacido y emocionado, sin advertir que la microfonía aún se hallaba conectada, le preguntó a Sánchez: «Bueno, ¿muy bien, no?». Y Sánchez asintió noblemente agradecido
No me gusta el periodismo agresivo. Entre los derechos y deberes de un buen periodista no está incluida la libertad de la impertinencia. Para entrevistar a un presidente del Gobierno o un ministro socialista, comunista, o podemita, se exige un mínimo de cultura y buena educación.
Y lo mismo sucede con los deportistas, los empresarios o los sindicalistas.
Lo oí en Carrusel Deportivo a finales del decenio de los cincuenta. Marcaida cedió el balón a Arteche, éste regateó al portero del Celta de Vigo, le pasó el esférico a Arieta, y Arieta, a puerta vacía, mandó la pelota al primer anfiteatro. El periodista aguardaba a Arieta a las puertas del vestuario y se produjo la siguiente y brevísima entrevista. «¿Cómo es posible cometer ese fallo cuando tenía el gol a huevo?», preguntó el sutil y culto corresponsal. «Tan posible como el puñetazo que te voy propinar ahora mismo», respondió Arieta. Y le arreó un puñetazo al periodista. Muy desagradable, a mi humilde modo de ver. Yo era un niño, y aquello me dejó marcado para toda mi vida. Todavía tengo pesadillas figurándome la terrible escena.
Un buen periodista está obligado a no incordiar con preguntas intempestivas o inoportunas al entrevistado, y más aún si el entrevistado es el presidente del Gobierno. Se ha criticado con ácida acritud al periodista Javier Fortes – Xabier, según él–, que trabaja en Televisión Española y obtuvo el Premio Ondas Nacional de Televisión al mejor presentador. Un Premio Ondas es el no va más y no lo gana cualquiera. Fortes podría haber elegido la senda envenenada para entrevistar a su invitado, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno del que depende Televisión Española. Pero olvidó los asuntos comprometidos y desagradables y nos ofreció un ejemplar modelo de periodismo bien educado. El entrevistado, que previamente había pactado las preguntas con el entrevistador, un pacto constitucionalmente admisible, se comportó con decoro y respondió las preguntas de Fortes con exquisita serenidad. Fortes sabía que su invitado no pasa por momentos dulces, y que las encuestas no le vaticinan un porvenir volando en Falcon y veraneando en La Mareta o en el Coto Doñana. Fortes es una buena persona, y no le formuló ni una pregunta que pudiera alterar la sístole y la diástole de su sensible corazón. Todo, menos provocarle al presidente del Gobierno un pipirlete vascular y dejarnos a todos los españoles, que somos los que pagamos a Fortes su sueldo, huérfanos de mandatario.
Por desgracia, no existe en el periodismo español un premio a la entrevista del año. No haría falta ni reunir a un jurado. Se lo concederíamos los espectadores de TVE por aclamación. Lástima que más de cuarenta millones de españoles no se sintieran interesados en seguir la entrevista. Tan sólo 670.000 telespectadores cultos y bien preparados –como los viajeros del Metro que frecuenta Pilar Llop–, invirtieron su tiempo en disfrutar de la gran entrevista. A estas alturas del artículo, me veo obligado a reconocer que yo, como los cuarenta millones de españoles incultos, tampoco sintonicé el canal de la cadena de Sánchez. Pero el conocimiento del sistema de funcionamiento de esta cadena y de casi todos sus presentadores, me anima a calificar con un sobresaliente el tono y el contenido del interesante encuentro. Finalizada la charla, un Fortes –Xabier, según él–, complacido y emocionado, sin advertir que la microfonía aún se hallaba conectada, le preguntó a Sánchez: «Bueno, ¿muy bien, no?». Y Sánchez asintió noblemente agradecido.
Este modelo de periodismo es el que nos va a llevar de nuevo al abrazo y la reconciliación.