El valor de la coherencia
La extrema izquierda se cansó de decir que había que instrumentalizar el dolor. Ahora Irene Montero parece que no entiende el dolor del padre de Olivia
La sabiduría popular ya sentenció hace centenares de años que una cosa es predicar y otra dar trigo. Es más, la sabiduría oriental esculpió en letras de oro que hay que practicar lo que se predica. Ninguno de los dos aforismos, patrimonio intangible de la humanidad, surten efecto en la izquierda y en la extrema izquierda de la España actual. El caso del asesinato de la niña Olivia, presuntamente a manos de su madre, ha golpeado de manera descarnada sobre todas nuestras conciencias, pero ha evidenciado el sectarismo y la falta de coherencia que arrastra la izquierda más inculta y menos preparada de la historia de España.
La mentira se ha convertido en una herramienta política más, pero es evidente que su utilización va contra un bien moral superior que es la convivencia en una sociedad avanzada y civilizada. Con Sánchez y lo suyos la verdad y el valor de la palabra han desaparecido. Solo tiene el lector que repasar la hemeroteca audiovisual de los últimos años y comprobar que para Sánchez verdad y mentira no tienen distinción. Es posible que eso en sí mismo sea una patología. Incluso puede ser una forma extrema de entender el pragmatismo, pero ya escribimos aquí que por el pragmatismo se llega a la delincuencia.
La extrema izquierda se cansó de decir que había que instrumentalizar el dolor. No lo decían, lo gritaban, lo coreaban, amenazaban con ello. Ahora Irene Montero parece que no entiende el dolor del padre de Olivia. El dolor no tiene sexo ni género. Es negro y adelanta lo peor de la condición humana. Lo mínimo que podríamos esperar de quienes aspiran a dirigir nuestras vidas –hasta grados increíbles en el caso de este tóxico Gobierno– es que alcancen a profundizar en el dolor humano, sin distinción de ningún tipo. El dolor se hospeda en las entrañas y se hace triste, frío, negro y profundo. Apenas hay palabras para el consuelo, por eso desmoraliza tanto ver la clase política que nos gobierna, tan insustancial, tan inculta, tan incivilizada, tan mentirosa. ¡Qué profunda decepción!