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El observadorFlorentino Portero

Encuentro en Bali

Del G-20 forman parte estados latinoamericanos, africanos y asiáticos. Será interesante constatar su posicionamiento final

Actualizada 01:30

Es difícil restar importancia a la reunión del G-20 en la isla de Bali, de ahí que los medios de comunicación, y hasta este columnista, se empeñen en informar y analizar lo que allí está ocurriendo. La creación del G-20 fue un intento inteligente de avanzar en la gobernanza mundial en un entorno post Guerra Fría y crecientemente globalizado. No es el club de las democracias altamente desarrolladas del G-7, sino el punto de encuentro de las economías de referencia en distintos estados de desarrollo y representando espacios geográficos diferentes. En un momento caracterizado por inflación, interrupción de las cadenas de suministro y revisión de la deslocalización empresarial a nadie se le escapa la urgencia de este encuentro.

Indonesia se hizo cargo de la organización de la presente convocatoria pensando que sería el perfecto colofón del segundo y último mandato de su presidente, Joko Bidodo, una personalidad singular que deja tras de sí una brillantísima gestión, además de la consolidación de la democracia en un país de 280 millones de habitantes de diferentes credos religiosos. No parece que el objetivo se vaya a conseguir plenamente. La guerra de Ucrania y las tensiones comerciales del bloque occidental con China no permiten crear el ambiente apropiado para discutir con serenidad temas tan complejos. La diplomacia lleva meses trabajando discretamente para acercar posiciones. Al final serán los encuentros personales los que determinen el margen de acercamiento, pero no deberíamos albergar demasiadas esperanzas.

China se siente fuerte. Xi Jinping ha consolidado su liderazgo y seguirá adelante con su estrategia expansiva en los planos diplomático, comercial y militar. Estados Unidos acaba de salir de unas elecciones que han vuelto a poner de manifiesto la división del país y la debilidad de su presidente. Aunque Biden se siente vencedor, porque el castigo infligido por los votantes ha sido menor del adelantado por las encuestas, en la perspectiva de Beijing no es más que un político de paso y sin demasiado peso.

La cohesión occidental, de la que tanto se habló en la cumbre atlántica de Madrid, y en la que no dejan de insistir tanto desde la Alianza Atlántica como desde la Unión Europea, no concuerda con lo que los chinos han podido constatar recientemente en la visita a Beijing del canciller alemán y su corte de CEOs. Tampoco con las maniobras de algunos países europeos tratando de reinterpretar aquel acuerdo, tanto en lo referido a Rusia como en lo dispuesto sobre China.

Del G-20 forman parte estados latinoamericanos, africanos y asiáticos. Será interesante constatar su posicionamiento final. Podremos entonces valorar la influencia que Occidente tiene en el resto del planeta y hasta qué punto el proceso de globalización se ha vuelto o no contra sus progenitores.

Si el G-20 es uno de los ejes de la nueva gobernanza global, su mayor o menor éxito a la hora de abordar la presente crisis nos permitirá también vislumbrar el esbozo del nuevo orden internacional y en qué medida es un desarrollo del «orden liberal» característico de las pasadas décadas bajo un claro liderazgo occidental.

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