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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Golpismo

Si todos los excesos de Sánchez le refuerzan en el poder, ¿por qué no temer que esté preparando el abuso definitivo?

Actualizada 01:30

No solo violadores y terroristas están de enhorabuena: también los golpistas pueden congratularse por la generosidad de Pedro Sánchez, que es Papá Noel, los tres Reyes Magos y el Olentzero a la vez, con una única condición: que el regalo sea infame y que el receptor lo sea aún más.

El Congreso acaba de aprobar el penúltimo paso para que estrenemos 2023 con el derecho al golpe de Estado aprobado, lo que unido al indulto previo a golpistas y la liberación de etarras supone una invitación: si yo fuera algo de eso, me tomaría muy en serio perpetrar ya mis fechorías, con la certeza de que tal vez nunca más vuelvan a alinearse así los astros.

Incluso aunque, en el viaje separatista, incluyas algún tipo de agresión sexual, que tampoco tiene un gran castigo en la España de Sánchez: repudiarán antes al juez que aplica el Código Penal, con arcadas, o se buscarán a algún Pablo Motos con el que desviar la atención, pero a efectos legales el violador de chicas y constituciones pagará un precio asumible, prescrito por una ministra psicópata y un presidente sumiso.

El año termina y comienza con la sensación de que al humilde, al decente, al currante, a ese ciudadano tipo que se conforma con no dar problemas ni padecerlos, le espera una larga cuesta de hipotecas desatadas, precios históricos, impuestos confiscatorios y un cúmulo de incertidumbres inédito desde la guerra con Cuba.

Y que, por el contrario, los brotes verdes son para el chorizo, el pederasta, el vago, el golpista, el delincuente y el caradura; transformado definitivamente en «víctima» de una sociedad que al parecer es culpable siempre del fracaso, el exceso o la pereza ajenos.

Séneca decía que todo poder excesivo es efímero, pero se contradijo a sí mismo instruyendo a Nerón, un antepasado remoto de Sánchez, que también parecía provisional y se ha hecho endémico desde 2018.

Hace solo cuatro años parecía una temeridad saludar a Otegi, pactar con Junqueras o coaligarse con Podemos; y hoy nada parece ya imposible: ni el amaño electoral, ni la abolición de la Monarquía Parlamentaria, ni la desaparición de la separación de poderes, ni la censura a la prensa ni la persecución del disidente, que se encuentra ya en ese estadio que en otros tiempos precedía al fusilamiento al alba.

Nada hay peor para prolongar el exceso que buscarle argumentos legitimadores, que siempre son la antesala de su asimilación. Y en cuatro años hemos pasado de tener líneas rojas para los abusadores a ponérselas a quienes las siguen invocando y defendiendo, con una pasmosa aceptación que demuestra la debilidad de instituciones que creíamos sólidas.

Hoy la Justicia se conforma con resistir, la prensa con sobrevivir, la Corona con no molestar y el régimen parlamentario con seguir siendo una mera excusa laboral para garantizarle el alimento a sus pobladores.

Y todo ello con el presidente menos votado de la democracia, aliado con quienes menos creen en ella, y en el peor contexto imaginable: antes, y Churchill fue un ejemplo, los grandes dramas pasaban factura al gestor, con severas derrotas electorales y un oprobio público tan injustificado a veces como inevitable.

Hoy tienen premio y animan al responsable a subir la apuesta: quizá ahí esté la explicación de la derogación del delito de sedición. Sánchez no lo ha hecho para indultar a los golpistas, sino para poder serlo él. Un golpista socialdemócrata, pero golpista al fin y al cabo.

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