Pablo Motos, ese machista
Los mismos que miran para otro lado con una ley que ayuda a violadores intentan que el problema sean entrevistas en televisión de hace 13 años
Sé que estas líneas me van a dar algún problemilla, pero los efectos negativos son inferiores a los devastadores del silencio. También sé que alguno dirá que lo hago por intereses profesionales, por amistad con alguien, fidelidad a una cadena a la que acudo desde hace años o porque, simplemente, soy un cerdo.
Me la bufa, que diría Quevedo, aunque nunca lo dijo.
Porque callar es otorgar y hemos llegado a un punto en estas cuestiones en el que solo hay dos opciones: tragar por miedo con un inmenso cúmulo de imbecilidades o rebelarse un poco ante ellas, con carita de cordero degollado si ustedes quieren, pero con un ápice de dignidad y de resistencia ante esa cofradía de Brujas de Zugarramurdi que van echando a la hoguera a todo quisque en nombre de unos valores, los suyos, supuestamente superiores a los del resto, salvo que los aceptes con sumisión ovina.
El detonante es una campaña del Ministerio de Igualdad en el que, sin citarlo por su nombre, acusan a Pablo Motos de ser un machista por hacerle una entrevista a una famosilla y preguntarle por su ropa interior.
La escena real, en la que se inspira el gag, es de hace unos años, y la invitada a El Hormiguero era Elsa Pataky, a quien la Policía Puritana no me permitirá describir como un pibón, aunque lo sea: seguro que tiene además las virtudes intelectuales de Cristina Almeida o Isa Serra, pero las únicas que me constan son las evidentes a simple vista, solo ofensivas para quien carece de ellas.
A raíz de ese anuncio, que perpetra la misma coleguita que lleva desde el 9 de octubre ayudando a violadores y pederastas con una ley de mierda que no evita ningún delito sexual pero criminaliza el piropo, zafio con la desconocida pero inocente con la amiga, ha estallado otra campañita de una dama llamada Virginia Maestro que, en 2009, acudió al programa de Motos.
Allí participó en una entrevista promocional en la que ambos, anfitrión e invitada, bromearon sobre el atuendo de la segunda, sin que en aquel momento hubiera queja alguna ni de espectadores ni de afectados. Casi trece años después, al calor del linchamiento podemita hacia el presentador de Antena 3, la susodicha ha revelado cómo se sintió:
«Pues sí, fue machista, violento, incómodo, cutre, vergonzoso y muy lamentable. Qué fácil hacer eso desde el poder. Menos borrar y más disculpas. Todos nos equivocamos y reconocerlo sería más sabio. Fin».
He editado las erratas presentes en el original, provocadas probablemente por el estrés sobrevenido de la individua, que al parecer ha descubierto casi tres lustros después lo mal que lo pasó mientras todos pensábamos, a tenor de sus risas, que estaba disfrutando como un gorrino en una charca de lodo.
Así que ya está bien, coño. Ya está bien de que la misma tipa que ha soltado a decenas de violadores y pederastas se permita, en lugar de rectificar, llorar como una actriz de serie B para tapar con lágrimas de pega su cagada.
Ya está bien de que a los tíos nos traten como al hijo de puta de El Chicle, al que todos trataríamos como ese par de valientes le trataron cuando trató de hacer con otra muchacha lo que hizo con la pobre Diana Quer.
Ya está bien de que nos tilden de machistas y legislen como si portáramos el pecado original de los trogloditas pero no la virtud exclusiva de Mozart o Goethe, cuando somos los tíos que más hacemos fuera y dentro de casa para estar a la altura de vosotras, en este timo de conciliación que obliga a dos a dejarse el trasero pelado cada día para llegar donde antes, con un esfuerzo, se llegaba.
Ya está bien de que nos acusen de deberle algo a alguien, de no respetar a las periquitas, de no entender a las mujeres y de aprovecharnos de ellas; cuando en realidad venimos de una, vivimos con otra, trajimos al mundo a una más, trabajamos con muchas y sabemos que todas ellas, salvo Irene Montero, valen más que nosotros e intentamos con desigual fortuna hacerles la vida mejor y ayudarlas en los peligros que, además de los nuestros, ellas tienen por ser chicas.
Si algo amenaza a las mujeres, además de los violadores, asesinos y asquerosos machistas a los que todos menos el Gobierno condenaríamos a cadena perpetua revisable; es el peor paro femenino de Europa; la infantil y castrante ideología de género; el paternalismo político que las impide ser azafatas voluntarias de MotoGP y, sobre todo, las leyes que auxilian a depredadores sexuales o permiten a cualquiera convertirse en mujer acudiendo al registro civil para competir luego, si se les pone en el níspero, en un campeonato de boxeo femenino.
Ya está bien de que, con dinero público, la tarada de Montero contrate a dedo a las analfabetas de sus amigas, con un sueldo desproporcionado, para irse por la cara de vacaciones a Nueva York y perpetrar leyes de vergüenza que ayudan a la peor calaña posible.
Ya está bien de que, cada vez que un salvaje mata a una mujer, nos miren a todos y nos echen la chapa, mientras se callan como puertas con el jeque de Qatar, ignoran a las mujeres de Irán y promulgan leyes en favor de los depredadores.
Ya está bien. La mujer es un asunto muy serio. La igualdad también. Y la certeza de que el mundo ha tenido una mirada masculina durante demasiado tiempo y que, lejos de cerrar esa herida, la modernidad ha traído nuevos problemas privativos de ella; obliga a enfocar el problema con algo más de cabeza y algo menos de estupidez sectaria y de tinta de calamar.
Ni la tal Virginia ni la cual Irene, por famosas o ministras que sean, representan a la mujer media en España. Son dos jetas que, al calor del problema que sufran las demás, se inventan un culpable verosímil y se olvidan de la víctima real para promocionar su triste trasero, haciendo que el resto de señoras parezcan enfermas, discapacitadas o tan imbéciles como ellas. Y no.