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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Traidor

Sánchez llama «pacificación» a la rendición de España, a la que ha humillado como nadie antes con una bomba de relojería que algún día cercano estallará

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez es un traidor, y solo la ausencia de tipo penal para su comportamiento le libra de sentarse en el banquillo por ese abuso, tan incuestionable como ausente de castigo y de freno por la descomposición, inducida por él, de todos los frenos constitucionales que la situación exigía.

Antes de que PSOE, Podemos, ERC, Bildu y el PNV votaran a favor de derogar la sedición, que en la práctica aprueba también el inexistente derecho al golpe de Estado, Arnaldo Otegi dejó claro de qué iba todo, por si había alguna duda al respecto:

«No hay Gobierno de progreso en el Estado español si los que nos queremos marchar del Estado español y además somos de izquierdas, no lo sostenemos. Sin vascos y catalanes independentistas de izquierda, no hay Gobierno PSOE-Podemos en el Estado y eso nos ofrece la posibilidad de negociar cosas».

Presos por presupuestos. Terroristas en la calle a cambio de unos meses en Moncloa. Delincuentes indultados. Y delitos derogados. No es una opinión, ya es un hecho, y frente a la idea ingenua de que tanta concesión producirá una «pacificación», se impone la evidencia contraria.

La bulimia independentista no tiene fin y, tras salvar en primer lugar a los suyos, golpistas o etarras, ha logrado la impunidad de lo que hicieron y les queda solo el último paso: si ellos no son delincuentes y sus delitos ya no existen, sus objetivos están al alcance de la mano.

El separatismo es muchas cosas, y todas malas, pero nunca miente: la República indultó a Companys, hizo ministros a independentistas, reforzó sus estatutos y, desde esa pátina de legitimidad que supuestamente calmaría al monstruo, dio un golpe de Estado tras otro y provocó, junto a revolucionarios y anarquistas, una guerra civil. No lo dijo Franco; lo dejó escrito Azaña, ya en el exilio.

Sánchez ha ido más lejos que nadie, a sabiendas de que las metas del separatismo no han cambiado y solo modifican los medios por una razón obvia: no necesita disparar a nadie en la nuca ni declarar la independencia unilateral porque tiene un chollo en la Moncloa que lo hace innecesario. De momento solo.

El aparente relajamiento del independentismo solo es una postura táctica, pues: ordeñarán a su rehén, que llama acuerdo a la rendición y paga cada letra de rescate con un pedazo de España, hasta que no le quede leche. Y cuando otro Gobierno ponga pie en pared y reponga el orden constitucional, la Constitución tendrá menos herramientas y el separatismo, blanqueado y legitimado como nunca, irá a esa batalla cargado de impunidad.

Lo testimonió Azaña en 1939, en los once artículos escritos en Collonges-sous-Séleve un año antes de morir, con especial precisión en el titulado «La insurrección libertaria y el eje Bilbao-Barcelona», asumiendo que la amenaza al régimen legal de entonces vino, como mínimo, igual de los revolucionarios y separatistas que de los alzados.

Hoy se trata de imponer un relato falso, lineal y místico; que presenta a la República como una Arcadia feliz sometida por la bota fascista, pero la realidad es que la legalidad quedó atrapada entre dos fuerzas antagónicas que buscaban objetivos opuestos.

Uno de esos bloques sigue existiendo, mantiene los mismos fines revolucionarios o rupturistas, maneja el mismo lenguaje maniqueo y tiene una ventaja con respecto a aquella España siniestra de los años 30: el gran catalizador de todo es el propio presidente del Gobierno, atrapado voluntariamente en la pinza nacionalpopulista y queriéndonos hacer ver que, justo cuando más cerca tienen la victoria gracias a sus sumisiones, más dispuestos están a renunciar a ella.

No solo es una mentira; también es una traición.

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