España, o la historia de dos naciones
Al alejarse el PSOE de la centralidad para retornar al frentepopulismo, la política se ha partido en dos bloques cada vez más irreconciliables
Si la vaca deja de dar leche, problema a la vista. El crack del 29 coincide con el acelerón de las ideologías totalitarias del convulso siglo XX, intento de ofrecer soluciones al pueblo desde planteamientos antiliberales y caudillares. Ya se sabe cómo acabó…
En el presente siglo, el batacazo subprime de 2008 y sus secuelas provoca en Occidente un auge de los populismos de izquierda y derecha. Las amplias clases medias ven que la vaca ya no da leche, que sus existencias no mejoran, que sus hijos vivirán peor que ellos, y se vuelve a buscar una salida en políticas milagreras, o maximalistas. Además, el fenómeno se acelera esta vez por la realidad digital, que en lugar de propiciar el intercambio de opiniones, que sería lo esperable, ha provocado una reafirmación de prejuicios en grupos estancos. Cuando este tipo de procesos se extreman, las naciones se acaban partiendo en dos, como está ocurriendo ahora mismo en Estados Unidos, donde demócratas y republicanos se odian con una fiereza inédita y donde la ciudadanía se divide en bloques que ni se miran. Es como una guerra civil que todavía no ha detonado.
El fenómeno no es nuevo. El brillante estadista victoriano Benjamin Disraeli, que era también un buen literato, lo describió perfectamente en su novela Sybil, o las dos naciones, publicada en 1845: «Son dos naciones y entre ellas no hay trato, ni simpatía. Ignoran los hábitos, pensamientos y sentimientos los unos de los otros, como si viviesen en diversas zonas o habitasen en diferentes planetas (…). Son los ricos y los pobres».
Sin embargo, hoy la línea divisoria no la marca tanto la dicotomía ricos/pobres como la frontera progresismo/conservadurismo, cosmopolitismo/patriotismo, intervencionismo económico/liberalismo. Existe una tendencia general en Occidente a la polarización política (en el fondo, fruto de que nuestra hora ha pasado y nos estamos quedando rezagados frente a Asia, con el consiguiente desconcierto y malestar). Pero en España el fenómeno se está hoy agudizando, debido a que el partido dominante de su política en el último tercio del siglo XX, el PSOE, ha regresado al frentepopulismo de los años treinta, aliado con comunistas y separatistas. Los daños se han extremado al llegar al poder un oportunista aferrado a la amoralidad táctica y de instintos autoritarios, al que todo le da un poco igual con tal de mantenerse en su cargo. Hemos iniciado lo que coloquialmente podría llamarse un proceso de argentinización.
Hoy en España tenemos dos países, como en la novela de Disraeli. De una parte están los que consideran que la democracia española del 78 es un experimento fallido, en el fondo tiznado de «franquismo», por lo que hay que proceder a alguna suerte de cirugía constitucional. Este grupo de población no cree en la idea de España como nación, o la considera algo residual. Sin un afecto manifiesto por su país, su apego lo han encontrado en la identificación con yoes minoritarios (ser mujer, ser ecologista, ser homosexual, ser vegetariano…). Económicamente les chifla el intervencionismo y desconfían de los empresarios. Abominan del concepto de responsabilidad personal y defienden que el Estado debe dar soluciones para todo y hurgar en cada parcela de las vidas privadas. Moralmente, arrugan la nariz ante el catolicismo, del que hacen una errónea lectura política.
En el otro lado están los que creen que el modelo constitucional actual ha sido más bueno que malo y son partidarios de respetar las reglas de convivencia que nos hemos dado. Defienden también el valor de la historia, lengua y cultura españolas, del catolicismo y del concepto de lo que para entendernos llamamos «la familia tradicional» y el «sexo biológico». Económicamente rechazan la fiscalidad confiscatoria, valoran el rol de las empresas y hacen gala un cierto deseo aspiracional de progresar, de ir a más en la vida. La unidad de España les importa y les molesta enormemente la alianza de quien gobierna el país con aquellos que trabajan para destrozarlo.
Las dos España han vuelto. Por desgracia cada vez hay menos lazos y más odios entre quienes mantienen una u otra forma de ver el mundo. Paradójicamente, a la hora de la verdad todos comparten unas vidas similares (a la izquierda también le gusta el buen jamón, un piso cómodo y unas vacaciones agradables). Pero la política ha levantado una barrera infranqueable. De hecho, casi la mitad de la población asiste impávida a la demolición del sistema español de libertades y derechos que ha emprendido el oportunista antes citado. Y más de un cuarto de los españoles incluso lo aplauden y votan.
Todo esto presenta mal pronóstico. Resulta ocioso recordar lo que pasó las últimas veces en que nos aventuramos por tan cenagosas sendas.