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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Nick Cave contra ChatGPT

Estamos viviendo los albores de la Inteligencia Artificial y da algo de miedo pensar en qué lugar nos dejará cuando funcione a pleno rendimiento

Actualizada 11:00

Aunque la lírica no figura entre mis aficiones, les voy a copiar dos poemas. El primero dice así: «Viajo terriblemente solo por una carretera singular / Voy hacia los campos de lavanda, que llegan más alto que el cielo / La gente me pregunta cómo he cambiado, les digo que es un camino singular / Y que la lavanda ha teñido mi piel y me ha convertido en un extraño».

Vamos ahora con el segundo poema: «En medio de la noche escucho una llamada / Ecos de una voz en el recibidor / Es un canto de sirena que me atrae / Me lleva a un lugar donde no puedo empezar / Soy el pecador, soy el santo / Soy la oscuridad, soy la luz / Soy el cazador, soy la presa / Soy el diablo y el salvador / Tengo el fuego del infierno en mis ojos».

Pues bien, los primeros versos, los de los campos de lavanda, son obra de Nick Cave, el gran poeta gótico del rock, el venerado artista australiano de 65 años. Los segundos son obra de una máquina. Los ha escrito ChatGPT, el bot de inteligencia artificial que tiene asombrado al mundo desde el pasado 22 de noviembre, cuando empezó a ofrecerse al público alcanzando un millón de descargas en solo cinco días (hoy va por 500 millones de usuarios). Alguien le pidió a GPT «escríbeme un poema al estilo de Nick Cave», y esa fue su obra. Además de escribir versos, el chat redacta ensayos, guiones y compone música. Todo con la novedad de un lenguaje natural, humano. Sus respuestas contienen a veces errores, pero aprende mucho y muy rápido. Y hay algo más: también escribe código informático si se le solicita.

Nick Cave, explorador espiritual de vida trágica, perdió a un hijo adolescente en 2015 y a su primogénito treintañero el año pasado. La copia de GPT le ha sentado a cuerno quemado: «La data no sufre, ChatGPT no tiene mundo interior. No ha estado en ningún sitio. No tiene la audacia de ir más allá de sus límites. No tiene capacidad de compartir experiencia alguna. Es una réplica travesti. Su canción es una mierda. Una mofa grotesca de lo que es humano. No me gusta». Probablemente tenga razón. Pero solo por ahora.

GPT ha sido creado por Open AI, una firma de San Francisco dirigida por Sam Altman, de 37 años, un informático y emprendedor que estudió en Stanford. La compañía nació hace siete años, cuando Elon Musk, Altman y otros amigos pusieron mil millones de dólares para investigar en el mundo de la inteligencia artificial. Tras lanzamiento del nuevo bot, la compañía está hoy valorada en 29.000 millones de dólares (para ubicarnos, cuando Jeff Bezos compró en 2013 The Washington Post, el mítico periódico del Watergate, le costó 250 millones; calderilla). Microsoft se ha convertido en el principal inversor de Open AI y empezará a ofrecer GPT en todos sus productos. Hoy el chat es gratuito, «pero solo por ahora».

ChatGPT ha procesado ya en su corta vida 300.000 millones de palabras y maneja 175.000 millones de parámetros para lograr unos resultados lo más humanos posibles. No está en China, Rusia, Venezuela, Irán y Afganistán, pero en el resto del planeta ya se deja sentir. Los profesores de los institutos y universidades anglosajones saben que algunos de sus alumnos ya le arriendan sus trabajos. A medida que mejore, GPT va a dejar a mucha gente en el paro. Incluido mi oficio, pues pronto escribirá perfectamente informaciones básicas (y sin faltas de ortografía). También creará problemas a guionistas, redactores de discursos… Entre los primeros candidatos a ser suplidos por diferentes formas de inteligencia artificial figuran además los analistas financieros, abogados y contables. Los algoritmos también leen ya los resultados de las pruebas médicas mejor que los propios oncólogos; fallan menos (pero no son compasivos).

Como dice Kevin Roose, un experto en Inteligencia Artificial neoyorquino al que tuve la ocasión de entrevistar, «no importa lo duro que trabajes, simplemente no puedes trabajar más que un algoritmo, así que hay que capitalizar nuestras cualidades humanas». La creatividad y la interacción y empatía con las personas se volverán las herramientas claves para seguir resultando útiles en un mundo donde todo lo rutinario lo harán las máquinas.

De todo esto apenas se habla en el debate público español, cuando tiene implicaciones prácticas que ya están aquí (la guerra de Ucrania es la primera con drones robotizados machacando a la población). Se cree que a medidos de este siglo se alcanzará lo que llaman Artificial General Intelligence (AGI). Será el momento en el que la inteligencia artificial será capaz de entender y aprender cualquier tarea que podemos hacer los humanos. Algunos, como el difunto Stephen Hawking o el genio excéntrico Elon Musk, ya han advertido de que la llegada de una inteligencia artificial con conciencia podría suponer el final de la humanidad. La materialización de la pesadilla del ordenador HAL 9000 en 2001, una odisea del espacio.

En 1997 se produjo un hecho histórico. El ordenador DeepBlue de IBM derrotó ante un tablero de ajedrez a uno de los seres humanos más inteligentes, Garri Kaspárov. «Pocos saben mejor que yo lo que es ver tu trabajo amenazado por una máquina. Para los humanos será imposible competir en el futuro contra la inteligencia artificial», concluyó el Ogro de Bakú. Comparto más su punto de vista que la humanísima esperanza de Nick Cave en que sobreviviremos porque las máquinas no saben explorar las llagas del sufrimiento. Estoy convencido que en unos ocho años, ChatGPT hará en tres minutos columnas como esta y me dejará en el paro. Espero que al menos tenga la cortesía de pagarme las facturas.

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