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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Infiltrado en Rabat

Sánchez se ha ido a Marruecos a que le humille Mohamed, a regalar el Sáhara, a no molestar con Ceuta y Melilla y a que no le saquen lo de su teléfono móvil

Actualizada 01:30

Si usted escuchó a Pedro Sánchez desde Marruecos, le habrá parecido que aquello fue más importante que las cumbres de Postdam y Yalta juntas. Vamos, ni Truman, Churchill y Stalin juntos.

Pero no, lo gordo fue Pedrito desembarcando en Rabat a hacer historia. Como en aquella cumbre de 15 segundos con Biden, en un pasillo en la OTAN, en la que hablaron de todo y les dio tiempo a arreglar hasta el cambio climático, la guerra de Ucrania y la tortilla de patatas de Casa Dani.

Del éxito de la Reunión de Medio Pelo entre España y Marruecos da cuenta una imagen de risa y llanto: mientras Sánchez presumía de estar haciendo historia, como cada cinco minutos, su anfitrión estaba a 4.122 kilómetros tocándose el kebab a dos manos en una hamaca y obligándole a su amiguito imaginario a hacer genuflexiones en el Valle de los Caídos moro, con flores para los sátrapas locales incluidas.

Y mucha importancia no debe de tener Sánchez cuando, para tapar el ridículo sideral, se conforma con una llamada protocolaria de Mohamed VI y una invitación a ir a Marruecos.

¡Pero si ya estabas en Marruecos, Pedrito!

Mohamed, que es un zángano con chilaba, no quiso avisar de su plantón, lo que otorga al gesto una especial sevicia: no bastaba con ausentarse, debía ausentarse con ruido, para que se notara quién manda y quién obedece.

El patetismo de Sánchez intentando convertir el desprecio en una anécdota solo fue superado por él mismo al anunciar un supuesto acuerdo bilateral para respetar, recíprocamente, la soberanía nacional de cada uno, inexistente luego en la resolución oficial firmada por ambos países.

Ahí, en el documento formal, ajeno a la cháchara sanchista destinada a que sus alfombras mediáticas le ayuden a colar la trola en España, solo aparece la aceptación de un nuevo estatus para el Sáhara, que es el eufemismo diplomático utilizado para confirmar la bajada de pantalones de Sánchez mirando a La Meca, sin contar con el Congreso ni con el Parlamento, pero con Mohamed en la tumbona partiéndose el pecho.

El resumen no puede ser más desolador: España ha regalado 50 años de posición dominante en su antigua colonia a cambio de un par de naderías que benefician más a Marruecos e incluyen al menos un par de acuerdos que Sánchez no es capaz ni de aplicar en su propio país.

Tiene bemoles que se atreva a irse a Rabat como promotor de las mismas empresas a las que aquí criminaliza y desfalca. Y no tiene nombre que, el mismo tipo que ayuda al separatismo catalán a expulsar el español de la escuela pública, se presente como embajador de nuestra lengua en África.

El único punto relevante de ese encuentro era enviarle el mensaje al moro de que ni la inmigración ni el yihadismo iban a seguir siendo un arma de presión y que, con el respaldo firme de esa misma Europa a la que Sánchez dice liderar y de esa OTAN a la que pagó unas vacaciones en Madrid este verano, las fronteras españolas eran intocables y en adelante tendría que lavarse la boquita para hablar de Ceuta, Melilla y Canarias.

Tenía que haber sido Rabocop en Rabat y fue Boabdil en Granada.

Nada de eso ocurrió y, aunque en España ridículos similares sobre el desempleo, la isla energética o el crecimiento se camuflan con el despliegue habitual de propaganda sumisa de los palanganeros de Sánchez, en Marruecos eso no funciona y allí nadie pierde un minuto en adornar la dura realidad con subterfugios retóricos más propios de trileros que de gobernantes serios.

Sánchez se fue a Marruecos a regalar el Sáhara a Mohamed, a lanzarle el mensaje de que tampoco se dejará la piel en la defensa de Ceuta y Melilla, a dejarse humillar por un tipo que prefirió quedarse en la playa y a comprobar, eso sí, que el contenido espiado en su teléfono móvil seguía a buen recaudo, al menos hasta la próxima extorsión.

Porque éste es el asunto: ¿qué saben en Marruecos de usted, presidente, para que se vea obligado a ceder lo que no es suyo y a entregárselo a un tipo que mientras le escupe desde una tumbona y le devuelve a casa con un par de cartones de tabaco barato?

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