Yihadistas buenos
La violencia fundamentalista no existe: solo son casos aislados de locura transitoria y algo habremos hecho para merecerla
Ya conocíamos al malversador bueno, al golpista moderado y al pederasta progresista, todos ellos beneficiarios del catálogo de leyes de un Gobierno que se cree Norman Foster y no llega a Pepe Gotera y Otilio, pero nos faltaba la guinda de un pastel con forma de boñiga.
Y la tenemos: el yihadista involuntario. No ha hecho falta ni esperar cinco minutos para que el Régimen ponga en marcha su maquinaria y esparza la idea de que el asesino de Algeciras, que mató a un pobre sacristán invocando a Alá, era en realidad un simple zumbado.
Una teoría que, en sí misma, suscribe una peculiar tesis: si solo este tipo estaba loco, otros como él, hasta los 5.000 detenidos en Europa por terrorismo fundamentalista desde 2010, están cuerdos, en consecuencia.
Y tenemos así dos fenotipos, cortesía del Gobierno sostenible e inclusivo: el yihadista fanático y el yihadista sin querer, perfectamente distinguibles para Sánchez, Marlaska o Belarra pero no tanto para sus víctimas.
Porque no se conoce el caso de una que, antes de volar por los aires, recibir la metralla o llevarse un machetazo en la cabeza, haya suspirado con alivio al intuir que su asesino era un loco y no un hijo de puta, si acaso no son compatibles ambos perfiles.
Las reflexiones mortuorias de Sánchez ya han dado algunas tardes de gloria: perdió el oremus para darle el pésame a Bildu en el Senado por el suicidio de un etarra –«Lo lamento profundamente»–, se calló con el asesinato en Asturias de la niña Olivia a manos de su madre y, hace unas horas, lamentó el «fallecimiento» del sacristán abatido por el moro cabrón, como si hubiera perdido la vida en un temporal o al comer algo en mal estado y no a machetazos.
Pero no encontró tiempo, por ejemplo, para contar las más de 100.000 víctimas de la covid, una parte relevante de ellas caídas por el retraso sanchista en la adopción de medidas preventivas: había que celebrar el 8M sí es sí para empezar a celebrar la leyecita del mismo nombre, no fuera a ser que Irene Montero les robara la bandera feminista. Porque el machismo mataba más que el virus.
Mucho mejor aún ha sido la reacción de Pablemos, a quien solo le ha faltado congratularse de que el sacrificio del yihadista haya permitido retirar de las calles a un potencial pedófilo, como todos los católicos.
Su silencio para condenar la violencia yihadista, como la vicaria si la asesina es una mujer, contrasta con sus prisas para hacer de la violencia machista la vara de medir de los hombres en su conjunto: indulgencia con los criminales de verdad y persecución de los criminales imaginarios, aunque ni ser musulmán ni nacer con el cromosoma Y comporten necesariamente una tendencia irrefrenable al delito.
No ayuda a sacar los colores el desbarre del representante de Vox en Andalucía, que se cree el conde de Cabra derrotando a Boabdil en Lucena, pero sí lo hacen las reflexiones de Abascal y de Feijóo, que cualquiera con dos dedos de frente debería suscribir ante tanto hiperventilado.
Porque es cierto, como dijo el líder popular, que desde hace siglos nadie mata con una Biblia o la Torá en la mano, chillando «Cristo es grande». Y es oportuno preguntarse si algo ha fallado para que un tipejo con orden de expulsión desde junio y cierta actividad integrista siguiera suelto por las calles afilando una katana. ¿Cuántos más hay como él? Punto.
Los musulmanes, como los hombres, los católicos y los conservadores, por citar tres grupos perseguidos por la izquierda fascista española; no matan por serlo: el delito siempre es individual y la Constitución proscribe acosar a nadie por razones de raza, género o credo.
Pero es curioso cómo esta tropa solo suscribe esta máxima cuando aparece un asesino inoportuno y les pone mirando a La Meca con todas las vergüenzas al aire.