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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

España necesita una Nueva Frontera

Es imprescindible denunciar las tropelías de Sánchez y su equipo, pero conviene ofrecer también a los españoles una gran ilusión común de futuro

Actualizada 11:55

Hay tres tipos de presidentes: los oficinistas, los estadistas y los demagogos. Los primeros se conforman con una gestión aseada. Los segundos se atreven a proponer un contrato social a la nación y asumir reformas para ganar el futuro. Los terceros simplemente habitan en la marrullería, supeditándolo todo a su pura supervivencia. Margaret Thatcher fue una estadista, como Aznar. Angela Merkel, una oficinista, como Rajoy. El ejemplo perfecto de presidente demagogo no necesito ni citarlo.

Hay momentos políticos en que un oficinista puede servir muy bien a la nación, no se requiere más. Sin embargo, existen encrucijadas que requieren mayor ambición. Hoy España afronta una de ellas. Es necesario denunciar las tropelías de Sánchez y exponer las carencias de su lamentable equipo, cierto. Pero hace falta algo más. Hoy toca ofrecer a los españoles una ilusión común de futuro, un proyecto esperanzador, una nueva frontera.

Adam Smith conserva merecida fama por «La riqueza de las naciones». Pero antes escribió su importante «Teoría de los sentimientos morales». Allí resaltaba que el éxito de una nación reposa en gran medida sobre la confianza entre sus miembros y la fe en un futuro mejor. Smith veía el factor psicológico como la clave para escapar de la inmovilidad (y la decadencia que la sigue). Los mejores estadistas logran fomentar un estado de ánimo positivo, como se vio en dos formidables ejemplos del siglo XX, los del demócrata John F. Kennedy y el republicano Ronald Reagan.

Kennedy, hijo de un plutócrata, fue un político de alta formación académica, que incluso había ganado un Pulitzer, y un héroe condecorado de la II Guerra Mundial. En el verano de 1960, en su aceptación en el Coliseum de Los Ángeles como candidato demócrata a la presidencia, JFK pronuncia su célebre discurso de la Nueva Frontera: «La Nueva Frontera de la que os hablo no es un conjunto de promesas, sino un conjunto de desafíos. No resume lo que queremos ofrecer a los americanos, sino lo que queremos pedirles». Kennedy hizo una llamada «a los jóvenes de corazón, sea cual sea su edad», y explicó a sus compatriotas que no todas las batallas estaban ya disputadas y ganadas, sino que se asomaban a un futuro diferente, que era necesario conquistar.

JFK lanzó un gran programa con dos metas: erradicar la pobreza y elevar la mirada de la nación a las estrellas mediante la aventura espacial, bandera de una flamante ilusión. Lanzó importantes planes de ayuda social. Pero también bajó los impuestos, «porque la definitiva y mejor manera de fortalecer la demanda de las familias y las empresas es reducir las cargas que soportan». Se dio cuenta de que la voracidad fiscal pensada para sostener la guerra ya no tenía sentido. Recalcó que había que poner el énfasis en la economía privada y no en la pública: «Dicho en corto, para levantar nuestra economía el rol más importante del Gobierno federal no es extender el gasto público, sino extender los incentivos y oportunidades para el sector privado». Además, dio la batalla contra el imperio comunista, el mayor enemigo de la libertad.

Su presidencia no fue perfecta, por supuesto, hubo errores y flaquezas humanas. Pero nadie puede negar que el primer presidente católico de EE. UU. y el segundo más joven mudó el ánimo de su nación para mejor.

A finales de los ochenta, Estados Unidos estaba de nuevo en el diván. Una larga depresión por la resaca de Vietnam. La humillación en el caso de los rehenes de Irán. La mugre del Watergate. La crisis del petróleo y una inflación del 12,5%. De nuevo surgió un inesperado demiurgo, un actor de serie B reconvertido a político, Ronald Reagan, el gobernador republicano de California. Adoptando el lema de John Winthrop, el puritano del XVII, devolvió el orgullo a sus compatriotas recordándoles que «América es la ciudad que brilla en la colina». Puso la economía a andar con las recetas de Chicago. La inflación cayó al 4,4% y el PIB se disparó. Desfondó a la URSS con su Guerra de las Galaxias, un inmenso programa público de inversión en defensa, y ganó la Guerra Fría. El actor del que se mofaba toda la izquierda planetaria concluyó su mandato con una insólita aprobación del 68%. Todavía no se entienden muy bien las claves de su milagro, que tal vez constituyó un caso de hipnosis colectiva en pro del optimismo.

No cabe esperar que surjan todos los días políticos del aliento de Kennedy o Reagan. Pero sí cabe pedirles a los que quieren dar la alternativa que levanten la mirada y se lancen a ofrecer una esperanza más ilusionante. En España, esa oferta debería pasar de entrada por una reforma educativa a favor del esfuerzo y el mérito, un plan para poner orden en un modelo federal que ha dejado hueco al Estado, una retirada de las leyes doctrinarias de ingeniería social, haciendo valer la libertad; una recuperación rápida de la seguridad jurídica y el respeto a la separación de poderes y una reivinciación orgullosa de nuestra historia, lengua y cultura. Por último, es tiempo de asumir con rotundidad que la realidad hoy es digital, y ahí, y en la investigación de vanguardia, se disputa la partida del porvenir, no en las melancolías por las Españas vaciadas, aunque a todos nos resulten romántica y entrañables.

¿Lo veremos?

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