El epítome de la España corrupta: Revilla
Nuestras televisiones le jalean como en su día ensalzaban a Jesús Gil y Gil. Y todos sabemos cómo acabó Gil después de ganar elecciones con mayorías búlgaras. El que no se enteró fue porque no quiso
Disculpen mi insistencia en referirme un día más a un político que es el presidente de un Gobierno regional de una comunidad –la mía de nacimiento, Cantabria– en la que sólo hay 585.000 habitantes –la decimosexta de diecisiete comunidades españolas en términos de población. Comprendo que por más cuestionable que sea su figura, un personaje como Miguel Ángel Revilla debería ser un problema ancilar en España. Pero no lo es porque se le ha convertido en una figura nacional por los medios de comunicación. Desde Atresmedia hasta Bertín Osborne lo han presentado como lo más grande, por toda España lo han jaleado como un hombre de pueblo que se levanta contra los poderosos, nadie le ha echado en cara que pasara de presentarse como un íntimo del Rey Juan Carlos a insultarlo ante los niños en Navidad cuando se acercan a los Reyes Magos a pedirles sus regalos. Ni que decir tiene, a él no se le aplica la Ley de Memoria Democrática para recordarle su pasado falangista.
Ayer publicamos en El Debate el mayor ejemplo de la corrupción que representa Revilla y su populismo. Cuando la Consejería dirigida por su hombre de confianza, José Luis Goichicoa, fue asaltada por las fuerzas de seguridad para hacer una inspección y detener a varias personas, Revilla avaló a su consejero. Después dijo que le había aceptado con gran dolor la dimisión. Algo raro porque el dimisionario no compareció. Y ahora convoca para este sábado un almuerzo en el Palacio de Exposiciones de Santander en el que espera invitar a comer a mil personas como forma de demostrar que el pueblo está con él pese a la corrupción en su Gobierno. Oiga, cuando hay delitos da igual que sus votantes le respalden o no. En una democracia, los delincuentes van a la cárcel cuando son condenados, tengan los votos que tengan.
Que a estas alturas en la democracia española se intente llenar un palacio de Exposiciones a base de una comida de cocido lebaniego, merluza y arroz con leche me recuerda a aquella frase que se atribuía a la duquesa de Santoña ante el aviso de su mayordomo: «¿Los periodistas? Que pasen. Que pasen y que coman». Revilla a cambio de una minucia que equivale a una invitación, diez euros, así como de «varios cantantes cántabros que se han ofrecido a actuar gratis» va a demostrar que todavía tiene respaldo popular.
Comprendo que esto puede parecer algo menor comparado con las andanzas del PSOE y Tito Berni. Que por más que esa lumbrera de la cristiandad que responde al nombre de Patxi López proclame que es un caso cerrado, todos sabemos que queda mucho por ver todavía. Tanto en Canarias como en Cantabria. La diferencia entre ambos casos radica en que mientras que en el caso canario todo el mundo asume –todavía, veremos por cuanto tiempo– que drogas y prostitución es algo reprobable, en el caso cántabro Revilla es visto como un bueno campechano que se mantiene en el poder practicando el populismo más sórdido. Y como el PSOE lo utiliza para mantener cuota de poder, la brunete mediática socialista lo va jaleando por toda España.
Revilla es un epítome de la corrupción española y nuestras televisiones le jalean como en su día ensalzaban a Jesús Gil y Gil. Y todos sabemos cómo acabó Gil después de ganar elecciones con mayorías búlgaras. El que no se enteró fue porque no quiso.