Capitana general
Qué tranquilidad que el Rey (que ha resultado esencial en la toma de esta decisión) y su heredera conozcan la íntima esencia del poder
Siempre a punto de ser sepultados por pésimas noticias, encima celebramos muy poco las que más falta nos hacen: las buenas. Debe de ser algo de carácter. No hay más que ver la cantidad de criticas que suscitaron los estudios galeses de la Princesa de Asturias y lo poco que se jalea que vaya a ingresar en las academias militares de los dos Ejércitos y en la Escuela de la Armada como dama-cadete y guardiamarina, que ya, en sí, son nombres preciosos. No digo yo, aunque no dijese ni mu, que los estudios galeses no pudiesen criticarse, pero es mucho más eficaz alegrarse de lo que merece un aplauso esperanzado.
Más aún si pensamos que la tradición de que nuestros futuros Monarcas hagan carrera militar ha estado en un tris de truncarse. Se ha ejercido mucha presión en contra. Desde la corriente ideológica tácita de nuestro tiempo, tan antimilitarista, hasta posturas políticas más explícitas. Si rechinan los dientes de los que trabajan contra la Monarquía, es un magnífico augurio. Pero no quiero constreñirme a esta forma maniquea de argumentar. Voy a dar cinco razones para celebrar los inminentes estudios militares de nuestra Princesa.
La primera razón ya la hemos mentado. Es una tradición. El simple hecho de mantener lo que hicieron nuestros mayores crea una inercia de continuidad que en estos momentos de la historia nacional nos viene muy bien. Siendo, además, una tradición familiar, supone un apoyo a la institución, que tampoco anda sobrada.
Después está el amor a España. No debería circunscribirse a lo militar y, de hecho, no lo hace. Pero hay que reconocer que entre los jóvenes militares que compartirán estudios con la Princesa se encuentra una reserva especialmente pura de españolismo sano. Resulta muy saludable para sus pulmones que respire ese aire limpio. Luego tendrá que meterse en el ambiente bastante más enrarecido de nuestra política.
Los estudios de historia militar y geopolítica son claves en quien va a ser jefe de Estado de una de las naciones más axiales de la historia del mundo, con una gran influencia sobre la Iberoesfera, y en quien va a ejercer el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Algunos en contra de este paso por las Academias y la Escuela sostienen que lo mismo podría aprender en un Máster de Estrategia. ¡Ja! Sin olvidar lo bien que nos vendrá que la futura Reina sienta camaradería hacia los militares de las FF. AA. y viceversa.
En esta línea y en cuarto lugar, se hace explícito en el comunicado de la Casa Real una admirable preocupación por la forja moral de la Princesa. Léase: Esta formación «refuerza las capacidades de servicio y entrega». Se hace constar que Leonor «sabe de la exigencia y el sacrificio que conlleva la vida castrense y es muy consciente del honor» y que aprenderá «virtudes como la lealtad, la disciplina, el valor o el compañerismo y principios como la responsabilidad, la ejemplaridad o la austeridad».
Por último, qué tranquilidad que el Rey (que ha resultado esencial en la toma de esta decisión) y su heredera conozcan la íntima esencia del poder. Sin una fuerza legítima que lo sostenga, se desmorona, adviene la violencia y se pierde la libertad a manos de los delincuentes interiores y de los enemigos exteriores. Que nuestra futura Reina vaya a ser capitana general es un alivio. Un ex presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, tuvo a bien explicarnos en uno de sus afinados aforismos que «en la Monarquía constitucional, como en el ajedrez, al Rey se le mueve poco y se le cubre siempre». Estupendo. También en la monarquía constitucional, como en el ajedrez, la Reina se mueve más y nos cubre a todos. Leonor está llamada a ser una pieza clave en el tablero de nuestro futuro. Para ello se va a preparar, y nosotros lo celebramos por todo lo alto.