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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

A Mañueco le sobró ese dedo

Lo que no se puede hacer es copiar la chabacanería parlamentaria que nos ha traído el sanchismo, que urge dejar atrás

Actualizada 12:36

Una de las novedades del aluvión populista que irrumpió en la política española tras la crisis de 2008 fue la degradación del Parlamento. Especímenes como Rufián han llevado a cabo todo tipo de espectáculos para llamar la atención. Adriana Lastra, inolvidable energúmena, llegó a acusar a PP y Vox en pleno estado de alarma de estar fraguando un «golpe de Estado» contra el padrecito Sánchez. Ha habido festivales de camisetas reivindicativas, salidas en tromba de diputados cabreados, abucheos e insultos pasados de rosca, separatistas de tribus varias simulando que acataban la Constitución con fórmulas de chirigota… Se ha perdido la cortesía parlamentaria y en vez de adversarios ahora sólo hay enemigos. Hasta se ha abandonado el decoro estético que hasta hace poco imponía el Congreso, como recordaba Abascal en la pasada moción.

Pero un mal nunca se arregla con otro mal. Así que la solución ante la degradación de los modales parlamentarios no puede consistir en imitar el rollito cutre-faltón del podemismo y el separatismo. Por eso se ha equivocado Alfonso Fernández Mañueco, el sosegado abogado de 57 años que preside Castilla y León, al hacer una peineta en las Cortes regionales. Y ha vuelto a errar al tomar al público por pánfilo y negar contra la evidencia de las imágenes que hubiese hecho lo que sí hizo.

El asunto discurrió como sigue. Rosa Rubio, una diputada socialista, intervenía desde la tribuna de la Cámara disertando sobre la salud de los celíacos. Mientras ella hablaba, Mañueco, situado enfrente, le daba la espalda y hablaba con los suyos frente a la barrera de los escaños. La diputada le reprochó, educadamente y sin alterarse, que no la atendiese: «Supongo que al presidente le importará escuchar los problemas de los enfermos celíacos», apuntó. Mañueco abandonó entonces la sala, y una vez que dejó atrás la tribuna donde seguía la diputada socialista, hizo una peineta con el dedo corazón de la mano derecha, con una sonrisilla y con un arqueo de cejas dedicado a sus correligionarios. Es decir: una peineta de libro dedicada a la parlamentaria que estaba a sus espaladas y que no podía ver el gesto. Cualquiera que repase el vídeo de lo sucedido concluirá que no cabe discusión. En cuanto a la explicación que ha dado Mañueco, lo de decir que fue «un gesto involuntario», suena a chufla, salvo que estemos ante una singular afección neurológica, que endereza su dedo corazón por una extraña alergia a la moqueta parlamentaria. Podría ser, pero no parece que sea el caso…

Pasar página del sanchismo supone también dejar atrás la chabacanería que ha traído a nuestra política.

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