Un Gobierno instalado en la mentira
El engaño y la falsedad son un sendero sin retorno, aquí sí que no hay camino de vuelta. La Historia no será benévola con uno de los grupos políticos más mendaces de los últimos cincuenta años
Parece claro que para el actual Gobierno de España la verdad está sobrevalorada, ya que ellos prefieren mentir y creen que no ocurre nada. Otros seguimos pensando, como Rubalcaba, que merecemos un Gobierno que no nos mienta. Entre otras razones porque esta manía de Sánchez y los suyos de falsear la realidad se convierte en carcoma de la democracia. Nuestro país es todavía una democracia plena, pero su calidad está bajando. La AIReF –autoridad fiscal independiente, creada por mandato de la UE– nos dijo el martes que, efectivamente, se ocultaban decenas de miles de parados con la figura del «fijo discontinuo». En el Reino Unido ya habría dimitido el ministro responsable. Por tanto, el estándar de exigencia de nuestra democracia no está a la altura del entorno europeo. La AIReF nos confirma que tenemos uno de los peores datos de paro de la historia reciente.
Quien más se recrea en el embuste es Sánchez. Ha comprobado que se puede llegar a gobernar la nación llamada España con engaños y fraudes y que no ocurre nada. Tal vez no tenga consecuencias inmediatas, ya veremos en el futuro. Ya no para él, sino para la propia sociedad. En la clasificación de los líderes de la engañifa se instalan, por este orden, Marlaska, Yolanda Díaz, María Jesús Montero, Bolaños y Escrivá. La pregunta ahora es: ¿quién los juzgará? ¿La Historia, tal vez? Las urnas me temo que no porque esa falsificación permanente de la realidad tiende a dar sus frutos en el corto plazo. Pero que sepan ellos que el engaño y la falsedad son un sendero sin retorno, aquí sí que no hay camino de vuelta. La Historia no será benévola con uno de los grupos políticos más mendaces de los últimos cincuenta años.
Me cuesta escribir estas líneas porque son la constatación de que vamos hacia atrás. Me gustaría que me gobernase una clase dirigente digna, con el coraje suficiente de reconocer sus errores y no mentirnos. La mayoría de los ciudadanos están adornados de una conciencia lúcida y serena que sabrá al menos castigar a quien ha hecho de la falacia su principal habilidad política. ¡Qué pena!